BSO: Tranqui tronqui (me han robado la mountain bike), de Sergio Makaroff.
Tarde o temprano tenía que pasar. Todo el mundo sabe que vagar sin rumbo por el mundo durante un tiempo largo, lleva implícito el peligro a ser robado, atracado o similar. Gracias a la Épica, hasta la fecha había esquivado todos los peligros, pero ya tenemos con nosotros la primera crónica de un robo en este blog.
Todo empezó un viernes cualquiera en Medellín, Colombia, a las seis de la mañana, cuando dos miembros del grupo de la Épica, conocieron a una acaudalada señora con la que departieron amigablemente. La señora, gentil como pocas y oriunda de Santa Marta, nuestro próximo destino, nos ofreció la posibilidad de dormir en su casa, cosa que ante la gratuidad aceptamos sin dudar.


Llegados a Santa Marta, nos pusimos en contacto con la persona que nos iba a dejar las llaves. La llegada a la casa fue dubitativa: era una estancia muy grande, con muchas habitaciones, pero en un estado bastante lamentable, como a medio construir, muy sucio, y lo más curioso, no tenía muebles. La mujer nos había dicho que era la típica casa de sólo para dormir, y tenía razón, pues los únicos elementos de la casa eran ocho camas. Ni una sola silla, ni una mesa, ni un plato, nada, solo ocho camas y abandono y precariedad. ¡Esta casa es una ruina! -pensamos- pero ante la gratuidad acudimos raudos al refranero para acordarnos del caballo regalado. Así que, sin mirar el dentado, nos quedamos habitando lo que iba a ser nuestra casa por unos cuantos días.
Pensamos varias veces que no era un lugar demasiado seguro, puesto que las cerraduras eran de mírame y no me toques y porque el barrio no era precisamente el Beverly Hills del lugar. Aún así, rápidamente nos hicimos con el lugar y nos despreocupamos en exceso.

Y así fue como salimos de juerga un rato y al volver nos encontramos con una puerta sin el cerrojo echado: habían entrado. Habíamos sufrido en carne propia esa frase tan cinematrográfica y que siempre tanto me ha gustado: allanamiento de morada.

Lexicografía aparte, y aunque la expresión es de mi agrado, quedaba hacer balance de daños. En mi caso fui uno de los peores parados del grupo. Desaparecieron de mis pertinencias las siguientes cosas:
- Dinero (en euros, en dólares y en pesos argentinos) como para poder pasar diez o doce días de viaje.
- Una tarjeta de crédito.
- Monedas de todos los países que iba guardando para mi amigo el Culín.
- Mi cartera, que llevaba conmigo mucho tiempo y que me había regalado mi primo Adolfo, por suerte, vacía.
- Varios dibujos, manuscritos y recuerdos del viaje.
- 5 pen drives: tres de los cuales no iban bien, uno estaba vacío y el otro contenía los originales de todas mis fotos desde Buenos Aires, hasta La Paz. Por suerte las había subido a internet, pero a menos calidad.
- Dos paquetes grandes de medicamentos que, diligentemente, mi señora madre me había preparado.
- Mi carné de conducir internacional.
- Un bote de champú casi vacío y otro de anti-mosquitos.
- Centenares de recibos de las veces que he sacado dinero o pagado con la tarjeta.

Yo he sido el peor parado en cuanto a valor monetario. Mis compañeros han perdido casi por unanimidad sus móviles, cosa que, por suerte, yo no. Y otra de las grandes damnificadas ha sido Helena, ya que a ella le han robado la mochila pequeña entera con su pasaporte dentro. Por fortuna, las embajadas de España funcionan bien y pronto tendremos el nuevo documento.
Tres conclusiones principales saco a los hechos acaecidos la noche de hoy. En primer lugar, los principales culpables de lo sucedido hemos sido nosotros mismos. Una mezcla de inconsciencia, imprudencia, exceso de confianza y mala suerte han provocado el robo. Estábamos en mal lugar y lo sabíamos. La casa no era segura y lo sabíamos. Sin embargo, ni siquiera nos planteamos cambiarnos. Bajamos la guardia, y lo hemos pagado. Lección aprendida. Pero si os digo la verdad, prefiero vivir así, prefiero que me roben cuatro cosas cada seis meses, que vivir con miedo mirando atrás a cada momento a ver si alguien me sigue. Es una consecuencia vital a aquello que hablábamos del estado policial: aunque sea más peligroso, prefiero vivir sin miedo.

La segunda es que, en ocasiones, la racanería extrema sale cara: pese a que éramos conscientes de que no era el mejor lugar para estar, nos quedamos, queriendo pensar que no nos pasaría nada, con el único motivo de la gratuidad del lugar. Y otra muestra de ello es mi absurdez al viajar con pesos argentinos, que no los cambié en su día porque el cambio que me ofrecían no me parecía el adecuado y como tengo intenciones de volver a la Argentina, decidí llevarlos conmigo. De obtener un mal cambio, he pasado a obtener un cambio por valor de cero. Señores, lo barato, puede salir caro.
Y la última y más positiva, es que la moral de este viajero y del grupo que le acompaña, es inquebrantable. Estaba psicológicamente preparado para que algo así sucediera y me lo he tomado con la misma naturalidad que cuando te cobran de más por ser extranjero, como una eventualidad más del hecho del viaje.
Lamentablemente no se llevaron nada de toda la ropa sucia que tenía, pero aún así he aligerado algunos kilos mi no tan pesada mochila. No hay mal que por bien no venga.
Y en cuanto a las curiosidades del robo en sí, los apresurados ladrones olvidaron en la estancia una sandalia de mujer. Y como muestra del buen humor del grupo pronto comenzaron las bromas acerca de buscar a los culpables con el método de la Cenicienta.


Dicho esto, nos cagamos en las remilputas de las madres de los ladrones pero les informamos de que nuestra moral sigue por las nubes y de que a las 12 de la noche, la carroza esa en la que huyeron, se convertirá en calabaza.
Una vez más, ahora en los malos momentos, tenemos una muestra más de que la Épica es una fuerza inquebrantable.













