A imagen y semejanza del gran post que hizo el compañero Guille Casasnovas en su blog acerca de la idiosincrasia nicaragüense, me atrevo a imitarle aún sabiendo que mi narrativa no alcanza la calidad de sus textos.
He estado casi un mes en la capital de la Argentina y ya me siento preparado para disertar acerca del modo de vida no se si argentino pero, por lo menos, porteño. Siempre es difícil generalizar, meter en el mismo saco a casi 15 millones de personas es prácticamente imposible, pero vamos a intentarlo. La generalidad no es otra cosa que el compendio de múltiples particularidades que juntas nos descubren una realidad, siempre filtrada por el prisma del que escribe.

En primer lugar me sorprende la opinión que tienen los argentinos acerca de ellos mismos. Atención que esta frase es buena, he pensado varios días en ella: Los argentinos dicen ser mucho más tercermundistas de lo que creen que son, pero todavía mucho más de lo que en realidad son. Es decir, a todos los efectos la sociedad bonaerense es europea, por todo, por raíces, por modo de vida, por organización y por funcionamiento. Son europeos, indudablemente europeos del sur, pero europeos al fin y al cabo.

Los brasileños tienen mejores índices de riqueza, el país es más caro, pero siguiendo los parámetros de desarrollo de toda la vida, Argentina está mucho más desarrollada. En ello tiene que ver el pasado glorioso del país, no en vano, avanzado el siglo XX era uno de los siete países más ricos del mundo. Y algo de ello les queda, en varios sentidos. En primer lugar, Buenos Aires te recuerda cada día que fue mucho más de lo que es, pues todo tiene como una estampa descuidada y desangelada. El parecido de Buenos Aires con Madrid es innegable, tanto en las construcciones como en el modus vivendi de sus habitantes. Y digo esto desde el cariño a la capital del Reino, pues sin tener aparentemente mucho atractivo turístico, son ciudades que enganchan, en las que da gusto vivir.

En segundo lugar ese desarrollo se nota en el concepto que tienen frente a sus vecinos. A riesgo de parecer impopular diré que los argentinos se creen mejores que el resto de sus vecinos y es habitual que incluso lo defiendan en público. Por un lado Paraguayos, Bolivianos, Peruanos, etc con los que tienen un concepto similar al que podamos tener en España, con todo lo malo que ello conlleva. Por otro lado con Chilenos y Brasileños, más de tú a tú, pero con un poco de rabia, por las viejas rencillas, pero sobretodo porque ven que les han adelantado en lo que a desarrollo se refiere. Los argentinos hace pocos años podían viajar a Chile o Brasil y que les resultaran países verdaderamente asequibles, pero hoy en día el fenómeno es el opuesto. Y eso, innegable y casi naturalmente, les escuece.
Y piensan que son mejores que el resto, quizás con razón, si es que se puede hacer una escala con mejor y peor en los extremos cuando estamos hablando de personas. El pueblo argentino es indudablemente más culto y preparado que cualquiera de sus vecinos y de eso no hay duda. Pero eso, por lo que sea no se ha traducido muy directamente en desarrollo económico, luego trataremos de explicar porqué.

Los tópicos que todos conocemos respecto de los argentinos, no son más que eso, tópicos, es decir, exaltaciones de una realidad existente. Los argentinos son excelentes conversadores, gustan como nadie de divagar sobre cualquier tema, darle vueltas, decir las cosas de varias maneras diferentes, tanto que uno a veces piensa que aquí las conversaciones no avanzan. A esto hay que sumarle que el pueblo argentino es sumamente inconformista, muestra de ello son los centenares de protestas por todo que se suceden día a día en el centro de Buenos Aires.

Por otro lado, los argentinos son unos verdaderos eruditos de la política. Cualquiera, ocupe el puesto que ocupe en la escala social, es capaz de hablar de política con gran conocimiento de causa, usando términos económicos que el europeo medio desconoce y haciendo análisis -acertados o no- muy profundos de las situaciones que vive su país.
Con toda seguridad estaré equivocado, pero a continuación va mi pequeña teoría acerca de la mala situación económica del país. Los tiros van hacia los dos párrafos anteriores. Como buenos divagadores, hablan, hablan, chamullan y poco más. Además cualquiera cree tener la razón y la solución a los males. Pero a mi modo de ver las cosas, es ese darle vueltas a las cosas, el que no permite llegar a soluciones eficientes. Y en este agua revuelta aparecen los piratas de siempre, políticos sin escrúpulos, la mayoría descendientes de italianos, a los que les dan igual las soluciones y solamente se ocupan de llenar sus bolsillos mientras el resto de la gente diserta acerca de todo.

En definidas cuentas, un pueblo muy contestatario pero a la vez muy divagador y poco resolutivo con una clase política de descendencia italiana. El resultado de la ecuación es la Argentina del corralito y del dinero en dólares bajo el colchón.
Podía seguir hablando mucho tiempo sobre la opinión que tengo de los argentinos. Se que he obviado muchos temas, quizás más conocidos por el gran público: la pasión por el fútbol, el otro gran tema de conversación nacional. Pero basta ya, acabemos este post, que el más divagador de la Argentina soy yo en este momento.
Dicho esto, tengo que decir que Buenos Aires es una ciudad maravillosa, con sus cosas malas y sus cosas buenas; sus gentes son encantadoras y se come la mar de bien. Y critico a Buenos Aires, porque la quiero y porque me encanta. Si no me hubiera gustado no hubiera compartido con ella un mes de mi viaje.

Por último, quiero invitar a los argentinos lectores de este blog a que den su opinión, a que me defenestren públicamente y a que me increpen por mi condición de gallego.
Buenos Aires, porteños, nos vemos pronto!
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Actualización: se ha escrito una segunda parte de este artículo titulada «Dios está en todas partes» que se puede leer aquí.





















