BSO: Dieguitos y Mafaldas, de Joaquín Sabina.
Hace ya bastantes meses, en una noche de inspiración, escribí el post que más repercusión ha tenido de este blog, titulado Idiosincrasia Argentina, donde disertaba ampliamente sobre mi percepción acerca de los argentinos, sus costumbres y su forma de ser y pensar.
En las muchas críticas constructivas que tuvo el artículo, la más repetida fue mi error al valorar a todos los argentinos por igual, solamente tomando en consideración lo que había visto hasta ese momento: la sociedad de Buenos Aires, conocidos como porteños. Durante aquel tiempo, me comprometí a escribir una segunda parte de ese artículo, para ver las diferencias entre los capitalinos y el resto de argentinos, muy notorias, según la mayoría de comentaristas.

Varios meses después de aquellos días, me encuentro sentado frente al mismo ordenador, del mismo hostal, con mucha más experiencia en la Argentina, no en vano la he recorrido hasta el norte en ambos sentidos. Así que ahora, con una visión más amplia del hecho argentino, comienzo este post, recordando siempre que estas líneas no son más que la humilde opinión de un viajero, por lo tanto equivocada, pero espero, almenos coherente.
El título de hoy no responde a un sorprendente cambio de opinión religiosa: es la primera parte de un famoso refrán argentino que sirve de buen glosario de este post. Dios está en todas partes,… pero atiende en Buenos Aires. Frase muchas veces repetida por todos los no porteños para hacer notar las muchas deficiencias causadas por el centralismo.

Argentina es el octavo país más extenso del mundo, ocupa más de cinco veces el territorio de España. Sin embargo es solamente el país número 32 en habitantes, con escasos 40 millones de personas. Una simple división da una media de apenas 15 habitantes por kilómetro cuadrado: un territorio monstruosamente grande y enormemente despoblado.
Por otro lado, el Gran Buenos Aires cuenta con casi quince millones de habitantes y otros cinco millones viven en la provincia homónima. No hace falta ser un gran estadista para darse cuenta que Argentina es un país demográficamente muy desequilibrado, con mucha gente en un solo punto y extensas zonas prácticamente despobladas.
Así es precisamente como se vertebra y articula este país supuestamente federal, pero que dista mucho de serlo. Buenos Aires marca el ritmo del país en todo y eso se deja sentir en la opinión que tienen unos argentinos de otros. La opinión de los no capitalinos más comunmente aceptada es que el porteño es muy egocentrista, incluso displicente con el resto de argentinos. El porteño siente de alguna manera al resto de la nación como un lastre para el desarrollo y lo deja notar en algunas de sus actitudes. Tienen fama de soberbios, de maleducados y de ser poco amables, de dar mala fama a los argentinos en general. Ojo, esta no es mi opinión, es lo que se dice en los mentideros de fuera de la capital. Obviamente es un país dividido por la mitad, puesto que casi la mitad de la población vive muy influenciada por lo bonaerense y la otra mitad reniega precisamente de esa condición, para hacer notar las tan cacareadas diferencias entre provincias.

Hasta aquí solamente va una simple descripción, más o menos acertada de los hechos. A partir de ahora, vamos con mi opinión. Creo que las diferencias que todo el mundo advierte tan abiertamente entre los bonaerenses y el resto no son tantas como todo el mundo anuncia.
Obviamente que hay diferencias, en primer lugar, marcadas por la diferencia de escenarios. No es lo mismo vivir inmerso en la vorágine de una megalópolis sudamericana que en el extenso campo, que en una tranquila ciudad de provincia, que en un rancho en la Patagonia, eso es evidente. Las diferencias, en cualquier caso, parten de ahí, como existen en cualquier otro país.
De hecho, es muy habitual el recelo contra los habitantes de las capitales o de las grandes ciudades. Ejemplos hay muchos, los franceses contra los parisinos, los brasileños con los paulistas o incluso los españoles contra los supuestamente centralistas madrileños. Es un esquema que se reproduce en casi todos los países, producto de las diferencias culturales y económicas producidas por la aglomeración de asfalto como metáfora de la bonanza y el desarrollo.
Mi diagnóstico pues es que no me retracto demasiado de todas las palabras que pronuncié en su momento y en realidad las hago extensivas a todos los territorios que he pisado en la Argentina, mayormente los del norte del país. Los argentinos en general se puede decir que son amables y acogedores, buenos conversadores, afables y parecidos en modo de vida a los españoles.

Así que desde este perdido rincón del internet, llamo a la conciliación de todos los argentinos, olvidando las diferencias de la capital con las otras provincias. La crítica está bien, pero creo que demasiadas veces se tiende a generalizar por demás en esta situación. Así que, porteños, renieguen menos de sus compatriotas. Al resto, acerquénse a los porteños, al fin y al cabo, si necesitan a Dios, atiende en Buenos Aires.






















