Canela en rama

Hace unos cuantos posts el amigo Casasnovas contaba su periplo en solitario. Desde el ajetreo de Buenos Aires me dispongo a hacer lo mismo. Aunque llevo solamente dos días en esta ciudad, los recuerdos anteriores son vagos y muy lejanos en el tiempo… Buenos Aires ¡me mata!.

La despedida fue no demasiado dramática porque ambos sabíamos que el reencuentro estaba cerca. Simplemente era un descanso, un paréntesis en el viaje, unos días diferentes.

Tras una noche en autobús llegué a Gramado, una localidad de immigrantes suizos, alemanes e italianos. Gramado parecía talmente cualquier ciudad europea de la Europa de verdad y no de la nuestra. Escrupulosamente limpia, todo perfectamente cuidado, ni un papel por el suelo, blanquitos paseando buenos coches, gran nivel de vida, tiendas caras y muchos bancos. En fin, que los suizos y alemanes, llegaron siendo immigrantes de baja categoría y habían prosperado hasta construir la región más próspera de todo Brasil. Algo harán bien esta gente.

Imagen tomada más abajo del Trópico de Capricornio. Increíble pero cierto.
¿Alemanes? ¿Estamos locos o qué?

Además de lo chocante de la arquitectura centroeuropea en esas latitudes, la zona estaba salpicada con varias maravillas naturales, prácticamente desconocidas al gran público, pues no había prácticamente nadie. Al lado de Gramado estaba Canela, otra pequeña ciudad, base para la visita a los parques naturales. Desde allí me fui a ver la Cachoeira del Caracol, sin la immensidad de Iguazú pero increiblemente bella. Allí existía la posibilidad de bajar hasta la base de la cascada, 800 y pico escalones mediante. El despliegue físico bien merecía la pena, pues la vista era espectacular.

Cachoeira del Caracol.

En ese parque el transporte público acababa y la única manera de continuar adelante era en taxi. Así que, haciendo autostop, conseguí llegar al parque de la Ferradura. Vistas impresionantes y caminata seria otra vez. Señores, físicamente estoy como un toro.

Autofotos varias, como decía Casas, un clásico del viajero solitario.

Después quedé con Vinicius, el chico Couch Surfer (¿Qué es?) que me acojía en su casa esa noche. Y para completar mi ciclo Couch, al día siguiente fui en coche con una amiga de Vinicius hasta Porto Alegre, a unas tres horas, es decir, muy cerca en Brasil. Allí me esperaba Bayard, avanzado Couch Surfer, algo así como el gurú de la aceptación de gorrones de casas en Porto Alegre. Rápidamente me integré en la comunidad CS del lugar y pasé un par de días con mucha más vida social que visitas turísticas.

Guitarreos y flipadas musicales varias en las fiestas CS de Porto Alegre.

En definitiva, haciendo balance, aventura en solitario más que completa: cultura en Gramado, un pueblo la mar de contradictorio; naturaleza en Canela, con unas maravillas prácticamente desconocidas y gran vida social en Porto Alegre. Canela en rama como se suele decir.

Fauna salvaje: la mariposa-hoja posó para mí.

Toallas de Portugal

Uno de los posts atrasados, de nuestra visita a tierras paraguayas.

Desde tiempos remotos, siempre fue una costumbre muy espanhola eso de la compra transfronteriza. El dominguerista medio siempre gustó mucho de agarrar a toda la familia y meterla en el coche para poner rumbo hacia los países vecinos para beneficiarse en las transacciones comerciales.

Quizá todo empezó con las películas guarras que los avezados espanholitos iban a ver a Perpinhán. Igualmente célebres fueron las cruzadas de frontera a comprar azúcar a Andorra: estupidez humana en estado puro, ya que el viaje no compensaba ni aunque el azúcar fuera gratis en el país de las montanhas con fiscalidad fraudulenta. Desde la meseta, lo más socorrido un sábado de primavera era cruzar la frontera portuguesa a comprar toallas y demás menaje del hogar. Las Toallas de Portugal no eran más que un timo absoluto, podían ser muy baratas, pero no cometían su principal función. Las toallas de Portugal no secan! exclamaban los incautos espanholitos después de su primer banho tras la nueva compra.

Vista del caos paraguayo desde la frontera.

Esas compras transfronterizas siempre me han parecido vetustas y trasnochadas, algo así como un vestigio de un pasado más gris. En el mundo globalizado en el que vivimos, con las compras electrónicas en más boga que nunca, no parece que tenga mucho sentido cruzar una línea imaginaria solamente para irse de shopping.

Pero en Iguazú esa vieja tradición hispánica estaba de rabiosa actualidad. Argentina y Brasil se repartieron las cataratas, así que Paraguay se tuvo que conformar con las compras de los turistas más avaros.

Turistas ratas regateando por sombreros que no iban a comprar.

Así que como teníamos que comprar algunas cosas, cogimos un autobús y cruzamos la frontera Paraguaya. Solamente acercarnos a la aduana ya se veía que estábamos entrando en otro mundo: caos, suciedad, desorden y aglomeración.

Llegamos a Ciudad del Este, el pueblo fronterizo y nada más salir del autobús fuimos avasallados por centenares de vendedores de todo: desde cinturones, sombreros, ropa, tecnología incluso preservativos que su vendedor aseguraba que hacían música. Insistimos en que nos ensenhara el mecanismo y nos contestaba que eso solamente se veía cuando se usaban. Muy majete el senhor.

Una vez superado el shock inicial nos dispusimos a comprar las cosas que necesitábamos. Pero sucedió lo inevitable: todo era feo, malo y, sobretodo, no tan barato.

Vista de Ciudad del Este, aunque mejor se debería llamar Ciudad del (lejano) Oeste.

En fin, un timo. Las únicas compras que hicimos fueron unos pen drives, uno de los cuales ya no funciona bien.

Almenos conseguimos el sellito paraguayo y nos volvimos con nuestras particulares Toallas de Portugal.

San Jordi en Ultramar

Los sectores más radicales de lectores de este blog, nos han acusado de españolistas recalcitrantres. Aún así, creemos que las tradiciones catalanas son muy bonitas y por ello otorgamos a todas nuestras lectoras nuestro pequeño presente.

La mejor rosa de la Argentina, para las mejores mujeres del mundo: nuestras lectoras.

Felicito además a todos los castellano-leoneses en su día nacional, conmemorando las batallas que libraron Bravo, Padilla y Maldonado en Villalar de los Comuneros.

Además, hacemos saber que tras sesiones maratonianas de autobús, Casas 28 horas y un servidor 18, ya estamos juntos y en Buenos Aires, Argentina. En los días venideros todavía pondremos algún post que tenemos pendiente de Brasil, pero a todos los efectos hemos cambiado de país. Para acabar de demostrar nuestra catalanidad ahora iremos a la Boca y en vez de un tango nos bailaremos una sardana con los espontáneos. ¡Bienvenidos pues a la Argentina!

Tecnología alemana

Nombre completo: Sabine Neumann

País: Alemania

Encontramos a Sabine en un hostel de Iguazú. Tras varias casualidades nos encontramos compartiendo camino hacia Floripa. Una vez allí compartimos un apartamento bien mono entre los tres. Degustamos cerveza y compartimos dudas sobre como seguir nuestros viajes. Nos contó muchas cosas de sus maravillosos viajes y nos preparó muy buena comida alemana. En fin, un placer coincidir con ella.

El sello de lo absurdo

En nuestra estancia en Iguazú hemos podido presenciar una de las mayores demostraciones de estupidez humana. Tres países: Paraguay, Argentina y Brasil comparten una triple frontera precisamente en unos escasos kilómetros cuadrados con mucho interés turístico: sobretodo las cataratas, pero también una presa gigante, tiendas sin impuestos, y demás. Con lo cual, la visita turística se convierte en un continuo cruzar de fronteras, con sus respectivas aduanas, control de pasaportes, etcétera.

Casasnovas medita en el cruce de los ríos Iguazú y Paraná, sentado en Argentina mientras divisa Brasil a la derecha y Paraguay a la izquierda.

Los afortunados europeos de bien, desde hace unos años gozamos de unas ventajas estupendas en nuestros viajes por el viejo continente. Aunque nos ha costado un altísimo precio, podemos ir desde Algeciras hasta Helsinki sin necesidad de enseñar a nadie el pasaporte ni perder un mísero minuto conversando con un antipático policía de fronteras. Pero no todo el monte es orégano y estas ventajas acaban cuando uno se encuentra fuera de los países de la región, como es nuestro caso.

Así que así andamos, pasaporte arriba, pasaporte abajo, todo para conseguir los dichosos sellos que pretenden llevar un control de entrada y salida de cada estado.

Incluso los conductores de bus tienen que sellar su pasaporte, así que no nos sirvió de nada robar este.

Señores gobernantes del mundo, me dispongo desde esta humilde tribuna a darles un consejo: dejen de gastar sus recursos en semeajante mamarrachada. A partir de ahora procederé, comenzando desde la visión más filantrópica y acabando por la más práctica, a darles mis motivos.

Si todos los humanos somos iguales, ¿quien son ustedes para impedir a nadie entrar a un territorio? Y esto me choca todavía más en paises ultracatólicos como los que piso: si todos somos hijos de Dios, si San Pedro abre las puertas del cielo a todos por igual, ¿como son capaces ustedes de negar la entrada a nadie a una tierra que ni siquiera les pertenece?

Por otro lado, el que se dispone a entrar irregularmente a un país no es tan estúpido como para hacerlo por un puesto fronterizo minado de policía. Esto obviando que el que firmemente desea entrar a un país ilegalmente, tarde o temprano, de una manera o de otra, lo consigue.

La vieja Europa ha demostrado que la libre circulación de personas no supone éxodos masivos, pese a que el tratado de libre circulación incluye países con unos índices de riqueza tan dispares como Noruega y Rumanía. Todo tiende a un equilibrio y el que quiere salir, sale, y el resto se queda en su santa casa.

Si los millones de horas que se han perdido en trámites aduaneros se hubieran invertido en investigación médica posiblemente habríamos dado ya con la vacuna del SIDA.

Si los estados de Brasil y Paraguay se han puesto de acuerdo para crear la segunda presa más grande del mundo, como es posible que haya que sellar el dichoso documento?

Y si todos estos motivos no son suficientes, piensen en lo que suelen pensar: el sucio dinero. ¿Cuantos miles de millones se están gastando en controlar todas las entradas de un país? ¿Cuantos sueldos absurdos se están pagando a escribas cuyo único cometido es poner estampitas en pasaportes? ¿Si se dedicara todo ese dinero a otras necesidades, no nos iría mucho mejor?

En fin, quizás sea yo un idealista, pero hablando claro, lo del sello es una gilipollez de aquí a Lima.

Muchas veces se ha demostrado que no se puede poner paredes al monte, pero los dirigentes de este mundo siguen dándose de bruces día a día contra el muro de la estupidez. Eso sí, hasta que esto no cambie, no pierdas tu pasaporte ni te lo dejes caducar.