Matt y Nicola

Nombres completos: Matt O’Hara y Nicola.

País: Nueva Zelanda e Irlanda, residentes en Dubai, Emiratos Árabes Unidos.

Conocí a esta genial pareja en Capurganá, cuando mi embarcada panameña. Allí compartimos charla y buenos momentos. La casualidad, días después, hizo que me los encontrara nada más que pusieron sus pies en Cartagena, donde la fiesta continuó. Y otra semana después Nicola gritaba mi nombre desde una terraza en Taganga, al lado de Santa Marta. Hasta ahí, las ultra casualidades de este viaje, las típicas de personas que comparten ruta.

Pero algo increíble estaba por pasar, en mi escala de Caracas a Cuzco, en Lima, salgo del avión y, en el aeropuerto, tras un cristal los veo en un bar. Increíble. No nos oíamos las voces pero nos hicimos señas e incluso la foto que adorna este post. Intenté llegar hasta donde ellos estaban, pero era imposible, puesto que estaban en las salidas internacionales y yo en aquel momento no podía ir siquiera a las salidas nacionales. En fin, me tuve que, literalmente, pelear con un segurata para que me dejara volver al cristal a decirles por señas que no podía llegar hasta donde estaban. El tipo a empujones me apartó, aunque pudimos retomar, por unos instantes, el contacto visual.

En fin, casualidades, Épica y conversaciones en mi cada vez más apañado inglés, dan la bienvenida a Nicola y Matt a este rincón de personajes Épicos.

El coche que tenía dos gatos

BSO: El gato López, de Ska-P.

Como ya avancé en el anterior post, estoy en Venezuela, en una visita un poco relámpago de unos pocos días. Aprovechando la locura económica de este país, donde existe un cambio de divisas paralelo y por tanto los billetes de avión reducen considerablemente su precio; mañana me espera un vuelo que me llevará otra vez hasta la mitad del continente, en concreto a Cuzco, en el Perú. Así que mi visita a Venezuela se ha reducido a unos pocos días en su capital, Caracas, donde me esperaba un viejo amigo de la Épica, Cacho.

Televisión con propaganda política en la típica calle venezolana.
Una televisión emite propaganda política en plena calle.

Como ya había estado aquí un par de años atrás, han sido unos días de poco turismo, mucha vida social y mucha rumba, cosa que mi organismo siempre agradece.

Pero hoy vamos a hablar de otro fenómeno paranormal de esos que rodean este viaje y que sucedió cuando no habían transcurrido ni siquiera seis horas desde mi llegada a estas tierras. Seguramente sucedió debido al reencuentro con Cacho, ya que al juntarnos, la naturaleza no está preparada para tan altas concentraciones de Épica.

Como pago a mis desafortunadas palabras, me invitaron a cenar a una arepera, donde el menú obligatorio es obviamente una arepa. Al descargo del orgullo patrio venezolano tengo que decir que estaba realmente buena, aunque fuera a causa de su abundante y sabroso relleno, ya que de la arepa en sí no tengo muchas comas que mover de mi alegato anterior, aunque sé que estas palabras me van a volver a costar otra buena cantidad de críticas.

Así que, allí fuimos con la familia Cacho. Al llegar, alguien nos advirtió que una cadena colgaba del capó del coche. Parecía una cadena de pasear al perro y no tardamos en bromear sobre las diferentes posibilidades que podrían haber colocado esa cadena colgando del motor del coche.

Tras una investigación más a fondo, abrimos la puerta y ¡sorpresa! ¡había un gato vivo en el interior del motor!. Milagrosamente, había sobrevivido a las altas temperaturas dentro del motor, a los muchos baches de las calles caraqueñas e incluso a los más de 140 km/h que habíamos alcanzado.

El escondite del gato.

El gato daba indudablemente mucha lástima. Como es natural, estaba terriblemente asustado y si os digo la verdad, yo no daba un duro por que fuera a continuar viviendo al día siguiente. Así que no hubo elección: hubo que llevarse al gato para casa para intentar luchar por su supervivencia.

Iván Daniel recibiendo su nuevo gato.

Pero en el viaje de vuelta, con un hábil movimiento se metió debajo del asiento y costó dios y ayuda sacarlo de allí, puesto que se aferraba fuerte con las uñas: parecía que le había cogido cariño al coche.

¡Sal de ahí, maldito!

El siguiente paso fue darle un nombre. No hubo mucho debate y rápidamente consensuamos que se llamaría Duncan, en honor a la marca de la batería del coche que casi le mata, pero que a la vez, le hizo volver a nacer.

Y poco a poco, a base de cuidados, el gato ya se ha hecho el amo de la casa y vive feliz y contento. Y aunque nadie tiene muy claro su futuro, yo apuesto que se quedará un tiempo largo con la familia Cacho.

De mi visita a Caracas os podría contar muchas cosas: la impresionante tortilla de patatas que hicimos, el buen concierto al que pude asistir, la artificiosa excursión a la playa, nuestro habitual homenaje a la música mal cantada que solemos hacer cuando tenemos cualquier micro delante (aunque esté apagado), la visita a la Catedral, la degustación de jamón, el partido de béisbol, la timba de póker…

Merecido homenaje gastronómico por todo lo alto.
El dúo dinámico. Típicamente cantando algo de Medina Azahara o similar.

Sin embargo, esta vez, me quedo con ese coche que tenía dos gatos: el hidráulico y Duncan, el gato de la Épica.

Duncan, el gato de la Épica.

Cacho

Nombre completo: Carlos Cerezo

País: España

Con Cacho hemos demostrado nuestra epicidad en muchas y diversas ocasiones. Y ya que iba a estar casi un año viajando por Sudamérica, no podía dejar pasar la oportunidad de juntarnos una vez más. Así que Caracas sirvió como marco para un nuevo reencuentro. Y allí pasamos unos cuantos días de mucha rumba, de buenas conversaciones de viejunismo telecogresquero, de comida española y de epicidad generalizada.

Pies de barro

BSO: Pájaros de barro, de Manolo García.

Dejamos el hilo argumental de esta epopeya Épica en plena costa Caribe, así que aprovechando la coyuntura, pues uno no se puede bañar cada día en las cálidas playas del mar más suspirado por muchos, decidí seguir bordeando la costa.

Los caminos me volvieron a llevar a Cartagena, ciudad que no me gusta pero donde pasé muy buenos momentos. Y después puse rumbo a la gran olvidada del Caribe colombiano: Barranquilla.

Un esforzado barranquillero dormita en la entrada del estadio más grande de Colombia, sede del Júnior de Barranquilla.

Barranquilla es famosa en el mundo por la canción de su habitante más ilustre, la cantante esa de la que no diré ni el nombre, famosa por contonear espasmódicamente su barriga; por estar casada con el hijo y peor asesor del peor presidente de Argentina, que ya es decir; y por su Waka-Waka con Piqué en Ibiza.

Imitando el contoneo o haciendo el mongol, junto a la estatua de la de los espasmos.

Además de eso, Barranquilla es un caos de ciudad, llena de bullicio, motos y agua por las calles, aliñado con un nulo atractivo turístico y un calor sofocante. Amigo Casero, ¿para qué fuiste entonces a tan inapacible lugar? Pues la respuesta es doble: en primer lugar para ver una ciudad del Caribe de verdad, un lugar 100% real, para lo bueno y para lo malo. Y después porque allí me iban a recibir las Chéveres, unas maravillosas anfitrionas que ya habíamos conocido un tiempo antes. Gracias a ellas pude disfrutar de esa ciudad de contrastes y vivir de primera mano el célebre en Barranquilla se baila así, aunque su necia intérprete no lo sepa, pues ni vive, ni paga impuestos en su tan cacareada ciudad.

Otro de mis saltos, este directamente al mar desde el muelle de Puerto Colombia, el más largo de Sudamérica.

Y posteriormente el plato estrella de este menú caribeño: el Parque Tayrona, un parque natural de selva y playa de esos que tanto me gustan, pues aúnan las palizas físicas con el relax merecido, todo ello rodeado de excelentes paisajes.

Muy bien acompañado, nos dispusimos a cruzar todos los senderos que fueran necesarios para pasar unos días inolvidables rodeados de palmeras y cocos en la arena.

Playas de esas que dan envidia.

Los senderos que nos tenían que llevar hasta nuestro destino, no eran precisamente caminos de rosas: Colombia es un país muy verde, producto de que la lluvia -estamos en clima tropical- hace presencia prácticamente a diario; por tanto los caminos estaban verdaderamente enfangados.

Cuando digo verdaderamente enfangados, me refiero precisamente a eso.

Así que tras recorrer calzados los primeros 150 metros del recorrido y enbarrar irremediablemente nuestros zapatos, decidimos tomar la mejor decisión posible, y hacer un retroceso hacia lo natural y proseguir descalzos. Y así fue como pasamos las siguientes cuatro jornadas, en contacto directo con la madre tierra. Y en muchas ocasiones con el barro hasta las rodillas. Claro, barro en el mejor de los casos, puesto que ante la ausencia de autos a motor en todo el parque, los caballos son los únicos encargados de hacer los transportes… y ya se sabe que los caballos tienen tendencia a soltar lastre… en definitiva, mejor no pensarlo.

Pies de (esperemos) sólo barro.

Y tras caminatas de notable exigencia fuimos presenciando las maravillas de las autonombradas mejores playas de Colombia: playas vírgenes con largos tramos de arena, culminados por impresionantes rocas, palmeras circundando todo el arenal, y selva atlántica rodeándolo todo y en lugares juntándose incluso con el mar.

En definitiva, todo un bello espectáculo solamente visible tras sudorosa caminata, con los pies de barro… ¡y los echo a volar!

Palmeritas..

***

Pronto estarán todas las fotos, son las incomodidades de estar sin cámara.

En este sentido anunciar que ya estoy en Caracas, Venezuela, que ya me he reecontrado con un viejo amigo de la Épica, el señor Cacho, y que otra vez, ya tengo cámara de fotos. ¡Y olé!.