Lo que empezó como la misión de cooperación del loquequieras, acabó en una buena amistad y un viaje por el Parque Tayrona inolvidable. Varios días de playas, caminatas entre barro y muy buena onda. Ahora, Monix ya está preparada para iniciar su viaje. ¡Que la Épica la acompañe!
Nombres completos: Yuleidy Tovar, Delvis Bolívar, Lorena Navarro y Julieth Güell.
País: Colombia
Un poco la casualidad y otro poco el CS, hicieron que nos juntáramos una tarde de volley en Cartagena. Un poco de mala suerte, provocó que no nos volviéramos a ver hasta pasado un tiempo. Y un mucho de alegría me da haber pasado por Barranquilla y encontrarme con el grupo de las Chéveres, que me trataron a cuerpo de rey: Yule, la mejor host; Lorena, la mejor presidenta; Julieth, la mejor guía turística y Delvis, la mejor. Bienvenidas seais a este rincón de destacados del viaje.
Parcero en Colombia significa lo mismo que colega en España. Y Natalia fue una gran parcera en Medellín. Compañera de largas horas de espera, pero muchas risas al fin y al cabo… Fue un placer compartir tiempo con ella, sobretodo gracias a ese espíritu punkero que nunca morirá dentro de ella. Bienvenida al museo de la Épica y bienvenida también a Barcelona!
Por todos los conocimientos adquiridos en mi (quizás demasiado) alargada juventud, se podría decir que tengo dos másters en fiestas: uno de Fiestas de Pueblo, expedido por la Universidad de Verano de Malpartida de Corneja, Provincia Ávila; y el otro en Fiestas Universitarias, certificado por la Universidad Politécnica Telecogresca.
Empecemos por el final: así es como acaban las fiestas que acaban en las estaciones de bus.
Pues bien, ya que llevo bastantes meses por aquí, otro de mis múltiples cometidos era ver qué tipo de fiestas tienen por estos pagos. Si bien tengo que decir que para la fiesta nada como España, por estas tierras hay buenas celebraciones en las que he tenido el honor de poder asistir. Al final, mientras viajas, asistir a una fiesta es una cuestión de suerte, de estar en el momento adecuado en el lugar adecuado. Pero como siempre en este blog, la suerte no existe y la Épica se alinea en las filas de este viajero para permitirle asistir a no pocas festividades de renombre.
En Brasil, fuimos ya a alguna fiesta universitaria; en Buenos Aires, el Bicentenario; en Quito, la Diada. Pero ahora estoy despidiéndome de Colombia, así que vamos a hablar de las Ferias, Fiestas y Festivales de esta tierra.
Lo primero que nos encontramos fueron, todavía en compañía de la Nova Fornada, las fiestas de Quimbaya, un pueblo del Eje Cafetero. En esencia, podríamos decir que las fiestas de pueblo colombianas son parecidas a las españolas: mucha gente por la calle, música saliendo a todo volumen de cada bar, puestos de venta de todo… quizás lo más diferente es que no había un centro, un escenario que articulara las fiestas y era prácticamente cada bar el que organizaba su propio evento. Aguardiente, aquí llamado Huaro, y Chicha, una bebida asquerosa de fabricación casera, eran el combustible para aguantar los demasiados reggeatones que había que escuchar durante todas las horas que duraba la celebración, pues pese a no acabar demasiado tarde, a las cinco de la tarde ya estaba todo el mundo pasado de revoluciones.
Luis, dejándose envenenar por un bigotudo espontáneo con un trago de chicha casera.
Días después nos desplazamos a Medellín, famosa en otro tiempo por otro tipo de fiestas, estas más sangrientas y comandadas por el todavía amado-odiado Pablo Escobar. Allí, en esos días de agosto se celebraba la famosa Feria de las Flores, las fiestas patronales de la ciudad y estaban a la altura de la ciudad famosa por ser la más rumbera del país. Otra vez, mucho ruido, mucha gente por la calle y bastante diversión hasta bien entrada la madrugada, cosa poco común en este continente (con la excepción de Argentina).
Pero, sin duda, lo que más nos cautivó de la Feria de las Flores, fue el concurso de trova. La trova es un género musical típicamente paisa (es decir, de Antioquia, el departamento de Medellín) donde dos contendientes se retan a improvisar. A veces les ponen tema, otras veces es tema libre, pero la historia consiste en hacer cuatro versos octosílabos con rima entre la segunda y la cuarta. Y lo más importante, hacerlo improvisando. Parece casi imposible, pero los maestros que se disputaban los premios del concurso de trova (un gallo de corral y un collar de arepas) nos transmitieron el amor por la trova y desde ese mismo momento nos dedicamos (y más especialmente yo mismo) a probarnos como trovadores con notable éxito.
Improvisados trovadores en plena calle.
Tanto fue así, que tuve el honor de retarme en un bar con un experto trovador, que había participado en el torneo de la Feria. Pese a que, evidentemente, le bastó con sus treintaitantos años de experiencia en trova para ganarme, rendí a excelente nivel y tras mi actuación y todavía con el micro en mano, fueron muchos los que vinieron a felicitarme y a mostrar sus respectos por el trovador venido allén de los mares.
Les dejo a continuación con un par de videos de pésima calidad, obtenidos en la final del campeonato de trova. El primero, entre Loquillo, el ganador, y el Dinamita un joven aspirante de sólo 16 años que fue segundo. Nótese como el cámara insulta con el mítico hijueputa a uno de los contrincantes y el video acaba con el insulto preferido de los paisas: ¡¡Gonorreaaa!!. Talento y costumbrismo en partes iguales.
En el segundo, el mismo chaval, Dinamita, contra Aldo, uno de los pesos pesados del panorama trovero, finalmente tercer clasificado, y la segunda parte del video es la repetición con mejor cámara del video anterior.
Así que seguiré mejorando mis condiciones de trovador y como ya he dicho en varias ocasiones ante diversas concurrencias, pienso exportar la trova a Barcelona. Y os aviso desde ya, cuando llevo un rato trovando no puedo parar. Y sí, me pongo irremediablemente pesado. Avisados estáis.
Y después, en menos de una semana que pasé en Cali, tuve oportunidad de asistir a tres eventos que completan, creo, un repóquer de fiestas que pueden ser la envidia de cualquier viajero en Colombia.
Me dio la bienvenida Jorge Iván Ospina, nada menos que el excelentísimo alcalde de Cali, puesto que en otras épocas ocuparon algunos ilustres amigos del narcotráfico.
Primero asistí a la fiesta del Amor y la Amistad organizada por la fabulosa comunidad CS de Cali. Se celebra en septiembre y es una mezcla entre el amigo invisible y una especie de San Valentín, pero en un sentido más amplio. Vamos, una excusa como cualquier otra para irse de fiesta y pasarlo bien entre amigos.
Además, un evento de fama mundial, el Festival Mundial de Salsa. Se sabe que la capital mundial de la Salsa es Cali. Lo que uno no puede imaginar es lo bien que baila todo el mundo en esa ciudad. La gente que dice que no sabe bailar, miente. El que peor baila en esa ciudad lo hace mejor que aquellos que toman caras clases en la lejana Europa. Eso de la salsa, debe ser una de esas cosas que se llevan simplemente en la sangre. Pero además del espectáculo diario en cualquier bar o discoteca, me fui para la plaza de Toros, donde vimos la semifinal del torneo. Y la verdad es que fue impresionante, varias decenas de parejas, llegadas de todos los puntos de la geografía colombiana, haciendo las mil maniobras para intentar ser los mejores; todo un magnífico espectáculo.
Un padre y su hija disfrutando del festival de Salsa.
Y solamente al día siguiente y con Cali también como escenario, cambié radicalmente de escena, pues me sumergí en los mentideros más undergrounds y alternativos de la ciudad. Me encaminé hacia el festival de curioso nombre BNL2 (Busca tu Norte, Levántate y Lucha), toda una declaración de intenciones. Allí disfrutamos de buenos grupos de Reggae y algunos hiphoperos menos pesados de lo habitual.
Estupendo marco para el festival.
Pese a que soy un amplio defensor del dicho, creado por mi, «Nunca ha hecho falta celebrar nada, para celebrar algo«, o dicho de otra manera, cualquier día es bueno para hacer una fiesta; siempre hay que intentar dejarse ver en los principales eventos.
Así que, como os podeis imaginar, un poco de Épica telecogresquera y malpartideña se quedó en las Fiestas, Ferias y Festivales de este bello país.
***
Muchos estáis esperando leer mi opinión sobre el caso Solomillo en el que está envuelto nuestro mejor ciclista, Contador. Así que al respecto solamente diré… ¿a quién se le ocurre comer solomillo de Irún, pudiendo comer chuletón de Ávila? No tengo más comentarios, al respecto de esta cuestión.
Sin embargo hacer un par de apuntes a raíz de los últimos acontecimientos ciclistas. Señalar que Thor Hushovd me parece un excelente portador del Arcoiris y felicitar a Freire por ganar la mítica clásica París-Tours, pese a ser la edición más descafeinada de las que se recuerdan.
Una de las cosas que quería hacer seguro antes de salir era llegar a Panamá. El motivo, una simple idealización histórica, inspirada en la historia del señor Carlos Vaquero Díaz, uno de mis bisabuelos.
Una de las pocas instantáneas que se conservan de don Carlos Vaquero Díaz.
A principios del ya extinto siglo XX, en los rigores de la meseta castellana más pronfunda la población se dividía en dos grandes bloques: los que pasaban hambre y los que pasaban mucha hambre. Ante tal situación, los cabezas de familia tenían te tomar decisiones drásticas y mi bisabuelo no fue una excepción. Vaya usted a saber cómo, el señor Carlos acabó embarcando rumbo a Panamá, en una travesía por el Atlántico que duró más de un mes. Huelga decir que mi bisabuelo jamás había salido de su pueblo, jamás había visto el mar y menos sabía de la construcción de grandes infraestructuras civiles.
Sin embargo y sin que nadie de mi familia sepa mucho más de lo que aquí se ha dicho, el bueno de Carlos dejó atrás a mujer y cinco hijos para plantarse en la otra punta del globo a cavar el canal de Panamá, seguramente una de las obras de ingeniería más célebre en años. Corría 1907, época en que las fiebres del oro y los sueños de un gran porvenir en ultramar eran un recurrente habitual en los castigados pueblos abulenses. A diferencia de muchos otros, mi señor bisabuelo, tras siete años de herramienta percutora volvió a su Valle del Corneja natal, dicen, con una mano delante y la otra detrás, dispuesto a reanudar su increíble racha fecundadora, pues honró a mi bisabuela con otros cuatro vástagos. Siempre nos quedaremos con la duda si ese paréntesis reproductivo no fue rellenado a base de conquistas panameñas y que, por tanto, tengamos parte de la familia por estos lares.
El Metro-Cable de Medellín, la ciudad donde planeé el asalto a Panamá.
Pues bien, siguiendo un poco los cantos de sirena de ese hombre Épico que fue el señor Carlos, siempre he tenido en mente el visitar ese pequeño país, prácticamente solamente conocido por el canal al que da nombre y para los freaks del fútbol por el jugador del Oviedo, entre otros, Dely Valdés. ¿O alguien sabe algo más sobre Panamá?
Sin embargo, la frontera entre Panamá y Colombia es una de las más impracticables del mundo. Sobra decir que ninguna carretera cruza de un país al otro en ningún punto de los 266 kilómetros que componen la línea que separa América del Sur de América Central. Esa zona es conocida como el Tapón de Darién, un tramo de selva bastante impenetrable que une ambos océanos e interrumpe la famosa carretera panamericana. Las malas lenguas dicen que nuestros amigos yankees boicotean sistemáticamente los muchos intentos de ambos lados para facilitar la comunicación, puesto que consideran que aumentarían las immigraciones, debido a que en la actualidad, cruzar esa zona se convierte en algo verdaderamente difícil y costoso.
El único punto donde la selva despejaba y te dejaba ver el objetivo.
Obviamente que la dificultad no era sino un reto más que añadir a las ganas que tenía de pisar ese país, así que me dispuse a darlo todo para llegar. El primer problema lo tuve al llegar a la estación de autobuses de Medellín: la carretera que me tenía que acercar a la zona, estaba cortada por un derrumbamiento, un clásico en Colombia, así que tendría que dar un rodeo importante. Lo que sobre el papel eran seis horas de bus, se convirtieron en una noche hasta Montería y otras seis horas hasta la ciudad de Turbo, estas últimas casi íntegramente por un camino de arena, donde se desarrollaba una velocidad máxima de 20 o 30 por hora, polvo entrando por las ventanas y el culo dolorido de los constantes e incesantes baches.
Posteriormente, llegada a Turbo, una ciudad medianamente grande, casi incomunicada con la civilización, con un ambiente de lo más crudo. Parecía una mezcla entre el lejano oeste americano y lo más abandonado del Caribe, un lugar nada recomendable siquiera para cambiar de transporte. Pero la única barca diaria que salía de la ciudad, lo hacía a las ocho de la mañana, por lo que no me quedó otra que quedarme casi 20 horas en aquel inhóspito paraje, circunstancia que solventé con el saber-estar que me caracteriza, mezclándome con la población autóctona.
Postales del Caribe.
A la mañana siguiente, pude comprar mi asiento en la patera que nos llevaría hasta Capurganá, el penúltimo pueblo colombiano. Y digo patera o cayuco o lo que sea, en fin, una barca pequeña y rígida, dotada de dos potentes motores, atestada hasta límites peligrosos de una amalgama de personas compuesta en su mayoría por caribeños, por personajillos de poca monta con equipajes sospechosos, por militares perfectamente armados con fusiles de asalto y por algún turista desinformado o con una buena excusa.
Vista desde la ventana de mi hostal.
Ese desinformado lo digo porque por esa vía es posible llegar a Panamá, pero es imposible llegar hasta el resto del país, puesto que solamente están comunicadas un par o tres de poblaciones, por lo que para continuar hacia el norte, solamente se puede ir en avioneta, cosa que hace inútil el llegar hasta allá, pudiendo volar desde algún punto más accesible.
Y digo con alguna buena excusa, como yo, que quería ir allí, para pasar unos días de caribe, pero para sobretodo por el hecho en sí mismo de llegar a Panamá, casi la tierra prometida.
La barca tardó tres horas en cruzar la bahía. Tres horas terribles de constantes latigazos producidos por el oleaje, la prisa del piloto y la sobreocupación de la barca. El viaje fue duro porque no te da tiempo a relajarte en ningún momento, siquiera en los dos controles policiales que hay que pasar a bordo del aparatejo. Desde que pones los pies en Turbo y hasta que la barca te deja en el destino, constatas un momento tras otro porque alguien las apodó como las Lanchas de la Muerte.
Finalmente, otra vez en tierra firme, quedaba dar el asalto definitivo al país vecino y completar la gesta. En primer lugar, hice noche en Capurganá, un pueblo que parecía talmente sacado del imaginario que pueda tener el personal sobre el Caribe. Un pueblito donde reina la calma, todo el personal circula sin zapatos y sin reloj, los niños se bañan en el muelle, algunos hombres pescan en diminutas embarcaciones mientras algunos viejos les aconsejan en un ininteligible castellano desde la orilla, la música sale con demasiada potencia de todas las puertas de los bares donde los lugareños matan las horas bebiendo cerveza, aunque bien podrían haber bebido Malibú si no fuera un fraude de bebida. Mucha gente dormita en hamacas, otros preparan un toldillo pues siempre va a llover. Los dependientes de las tiendas las vigilan sentados en la acera de enfrente y no tienen demasiada prisa en levantarse si aparece algún improbable cliente.
Una calle.Otra.
Para seguir hacia mi meta, tenía que caminar entre la selva durante unas dos horas hasta llegar a Sazpurro, el último rincón de Sudamérica. El paseo, físicamente exigente, fue de lo más placentero aunque el barro, presente en todo el recorrido, dificultaba la marcha. Una vez, alcanzado el último pueblo, una versión reducida en espacio y aumentada en caribismo de la anterior, solamente faltaba dar el asalto definitivo.
Fue otra media hora de exigente caminata, con el mercurio detenido en la línea de los cuarenta grados y con la humedad propia del que tiene la immensidad del Atlántico a dos kilómetros y la del Pacífico a menos de 300.
En lo alto de la última loma, una improvisada frontera, donde dos militares panameños y uno colombiano, todos ellos sin camiseta pero con fusil, dormitaban al son de una vieja radio. Cuando llegué allí, fui recibido como algo verdaderamente emocionante, seguramente lo más divertido que les había pasado en el día. Allí, me registraron, pasaporte mediante, en una hoja de servicios que solamente contaba con otra entrada, señal de que era el segundo en pasar en aquella jornada. Después, un rápido descenso hasta La Miel, el primer pueblo de Panamá y casi podríamos decir que el último, puesto que para seguir hay que tirar de barco (caro y lento) o de avioneta (muy cara).
¡Otra misión conseguida!
Y digo pueblo por decir algo, pues aquello era un nido militar y cuatro casas más. Los militares panameños -muy simpáticos- inundaban la zona para evitar que la guerrilla colombiana, presuntamente presente en toda la zona fronteriza, se adentrara en territorio de Panamá. Pero aquello parecía un campamento para soldados. Algunos se bañaban en el mar, mientras dejaban atrás sus botas, medallas y fusiles. Otros dormían abrazados a su escopeta en las muchas hamacas que inundaban la paradisíaca playa llena de palmeras y cocos en la arena. Otros comían y la mayoría simplemente reía mientras yacía en la acera, con el arma en una mano y una cerveza en la otra.
La tipica chocilla de vigilancia.La plácida bahía de Sazpurro.
Y una vez allí, pues marcha atrás y a repetir la odisea de transportes hasta llegar a algún punto civilizado. En definitiva, una auténtica immersión en las postales del Caribe, una experiencia dificilmente olvidable, una meta cumplida y un homenaje Épico a mi bisabuelo Carlos ‘el panameño’ Vaquero.
Bisabuelo y bisnieto que nunca se conocieron, al servicio de la Épica, quizás la más importante de todas las herencias genéticas.
***
Respecto al post Tengo una pregunta para usted, como en su día avancé habría premio para la mejor pregunta. Se ha establecido un jurado independiente para valorar la calidad de las preguntas. El mismo estaba formado por tres seguidoras silenciosas de este blog que no conocen ninguna de ellas personalmente a ninguno de los preguntantes. El jurado estaba formado por:
Ana Ruiz, desde El Masnou, Barcelona, España.
Renata Salazar, desde La Paz, Bolivia.
Carolina Dueñas, desde Cali, Colombia.
La verdad es que la pugna ha sido bastante reñida y en sus veredictos se han acordado de hasta 7 de las 11 preguntas destacándolas en algún aspecto. Así que felicito desde aquí a todos los preguntantes que rindieron a gran nivel.
Aún así, el veredicto ha arrojado un ganador. Se trata de Guillem, gracias a su pregunta sobre las tres mejores situaciones. ¡Felicidades para él! Y como no podía ser de otra manera, de premio, otra prueba de loquequieraspor10euros gratis para él.
Y os recuerdo que todavía recibo preguntas para la próxima edición de este, por lo visto, exitoso post.
Foto-recuerdo de la cascada que me jodió la cámara.