BSO: Victoria y Soledad, como mi madre y como estoy ahora, de Andrés Calamaro.
Tengo varias cosas que contar, ninguna lo suficientemente extensa como para hacer un post, así que haciendo un homenaje a una de las secciones estrella del blog amigo cansvells, vamos hoy con una de varios.
En las mejores familias
Informo a la concurrencia que mis señores padres ya han abandonado el continente y actualmente se encuentran descansando en la bella Malpartida de Corneja.
Las mejores familias.
Reconozco que tanto yo como ellos teníamos nuestras reservas acerca de cómo sería nuestra convivencia estas dos semanas que hemos estado juntos, puesto que llevábamos muchos años -demasiados- sin convivir tanto tiempo.
Y tengo que deciros que la convivencia ha sido modélica, como en las mejores familias. Ambos bandos nos hemos readaptado al otro y nos ha salido un viaje la mar de majo: reencuentro, días de playa, ballenas y fiesta en la Montañita, extralujo en Galápagos, buses de infierno, ciudad colonial en Cuenca, naturaleza y deportes de aventura en Baños y vida social en Quito. Un poco como este post, muy variado.
Ballenas en Puerto López.
Dicho esto, quería agradecer a mis señores padres su estadía por este continente y decirles que viajar con ellos ha sido una experiencia maravillosa.
Como maravilloso fue el jamón y el lomo que degusté afanosamente durante su visita.
Mi soledad y yo
En consecuencia al anterior punto, me he vuelto a quedar en mi Épica en solitario, cosa que, debo reconocer, en los primeros días se me hizo un poco extraño, pues llevaba casi dos meses acompañado por las numerosas visitas estivales.
Pero ya pasado ese período de reajuste, estoy otra vez reintegrado al averlismo (dícese de la acción de estar a verlas venir) más puro y el viaje continúa. Y para celebrar la vuelta a la normalidad, otro reencuentro de la Épica. Paseando por Quito, me reencontré con Maru, una chica argentina que había conocido en Tilcara, al norte de la Argentina, más de dos meses atrás.
Un pingüino en mi ascensor
Hace meses, nos reíamos de Miriam por sus extrañas rutas por Sudamérica. Ella, sonriente, asentía, como pensando que quizás estábamos hablando demasiado pronto.
Y no me queda otra que darle la razón: parezco un ascensor, ahora para arriba, ahora para abajo. Me crucé Ecuador en tres días hace casi dos meses, pasé casi un mes en Colombia, para volver deprisa y corriendo al Ecuador, donde pasé nuevamente casi otro mes… y ahora me encuentro otra vez en Colombia, camino de Venezuela.
Harto de las colas...... de la frontera entre Ecuador y Colombia.
En fin, que como es habitual, varios errores de planificación han dado con una ruta de lo más absurda. ¡Qué se le va a hacer! Ya se sabe que la Épica y la planificación no van de la mano.
Tengo una pregunta para usted
Igual que el célebre programa de TVE, tengo pensado hacer próximamente un post con este título, es por ello, queridos lectores que, una vez más, os necesito.
Y es que seguro que tenéis muchas preguntas, dudas o curiosidades que queráis que os resuelva, sobretodo del día a día que quizás es la parte del viaje que más fuera queda del blog. Así que hoy os propongo que uséis los comentarios de este post para hacerme preguntas que responderé en días venideros en otro post.
Una vez más, habrá premio para la mejor pregunta de todas las propuestas.
Corolario
Este es un post de mierda, pero estoy en crisis creativa. Lo siento, amigos.
Para compensar, esta buena foto.
Post-data
Señores, les recuerdo que el próximo jueves 16 de septiembre a las 22h hora de España (GMT +1) será el chat multitudinario de seguidores y amigos de la Épica.
Minutos antes de la cena de Nochebuena pasada, le anuncié a mis padres que me iba a ir de viaje a Sudamérica durante un año. La primera reacción fue la comprensible de cualquier progenitor. Pero minutos después, ya estábamos hablando sobre reencuentros en Quito y cruceros por las Galápagos, aprovechando las vacaciones estivales de España.
Y mezclando ese deseo lógico de ver a un hijo, con la generosidad de mi señora madre, aliñados por su deseo de juventud de visitar las Islas Galápagos, acabamos haciendo un crucero por todo lo alto. Y cuando digo por todo lo alto, me refiero precisamente a eso: por Todo lo Alto. En mayúsculas. Ya avanzaba en el post anterior que había estado rodeado de toda clase de lujos, pero hoy vamos a ver en concreto de qué estaba hablando.
La vida padre.
Después de aterrizar en el minúsculo aeropuerto de las islas, nos esperaba allí un fulano vestido de marinerito: un atuendo que le hacía caminar entre la delgada línea que separa al mariposón del payaso. El lenguaje en el que este tipo se dirigía a nosotros se sustentaba en dos apreciaciones: nos hablaba como si fuéramos retrasados y nos hacía descaradamente la pelota. Cosa que, como os podéis imaginar, me ponía de los mismos nervios y me daban ganas de meterle un dedo en el ojo.
Y después de esa declaración de intenciones, llegamos al magnífico barco Galápagos Explorer II, lo que iba a ser nuestra morada durante cinco largas jornadas. De un vistazo me di cuenta que estaba rodeado de una multitud de millonarios plurinacionales, donde destacaban por encima de todos los venidos de la tierra esa que separa México de Canadá. Como os podéis imaginar, tras siete meses de maltrato a mis ya de por si maltrechos ropajes, con aquella concurrencia un servidor era de lo más llamativo y extraño. Pero, ataviado de mi inseparable gorra verde y del indispensable polo de rayas, y con altas dosis de saber-estar, me dispuse a integrarme en esa sociedad formada por una amalgama de ricachones de toda procedencia.
Aún así, obviamente, cada día le pedía las novedades al señor Capitán.Tanto fue así, que al final me hice con el mando del barco.
No pasaba desapercibido, y a decir verdad, tampoco lo pretendía. En cierta manera era un triunfo del mochilerismo ante el turismo de alta alcurnia, así que decidí, dentro de mis limitaciones, disfrutar de toda clase de lujos durante unos días.
La idea era que hacíamos una excursión por la mañana y otra por la tarde. Y digo excursión por decir algo, pues el recorrido era el mismo para los varios octogenarios que estaban a bordo que para los que todavía no hemos llegado a los 30. Así que como os podéis figurar, un servidor necesitaba un ritmo más elevado y una exigencia física mayor. En definitiva, las excursiones eran maravillosas porque las islas también lo eran, pero yo necesitaba mucha más tralla y con un poco más de energía estoy convencido de que habríamos visto muchas más cosas y en consecuencia habríamos disfrutado mucho más.
Ese era nuestro plan de vida, siempre aliñado por una clara sobrealimentación. Por la mañana desayuno tipo bufet, con un tipo con gorro de cocinero que hacía tortillas al gusto. Después de volver de la excursión, un pica-pica en la terraza. De comer, otro bufet de esos que no se salta un gitano, de los de ponerte tibio y desabrocharte el botón del pantalón. Y obviamente, después de volver de la excursión vespertina, otros canapeses. Y la estrella: la cena, como en el mejor de los restaurantes. La típica cena de, por ejemplo:
Bouquet de ensalada de camarones aliñada con aceite de finas hierbas y toque de maracuyá.
Crema de verduras caramelizadas con esencia de magret de pato.
Redondo de avestruz con pastel de zanahoria y calabaza, con puré de frambuesas y yuca al horno con nueces de macadamia.
Milhojas de chocolate fundido con arándanos caramelizados con esencia de pistacho.
Y esto lo digo por decir algo, menú totalmente inventado pero que bien podría haber sido nuestra dieta nocturna de cualquiera de los días.
Los que servían el suculento bufet, perfectamente ataviados.Pijada que uno no sabía si había que comerse o fotografiarla.El típico postre con flor de chocolate innecesaria.
Además de lujos gastronómicos, vamos con otra serie de detalles no menos importantes: Terraza con jacuzzi a 40 grados, piano-bar con camarero con pajarita haciendo cócteles, solarium en la última planta, sala biblioteca con un enorme ajedrez, masajista que hacía tratamientos de barro; y gente, mucha gente trabajando en cualquier esquina dispuesta a hacerte la pelota en el momento que fuera necesario.
Párrafo aparte merecen las toallas. Yo, que viajo con una toalla y la lavo cuando puedo (llamadme guarro, pero una vez cada tres semanas, más o menos), no podía creer que allí se consumieran una media de siete toallas por persona y día: la de la excursión de la mañana, la del jacuzzi de la mañana, dos más para lo mismo de la tarde, la de la ducha, la de los pies y la de la cara. En fin, un derroche sin igual. Y no acaba ahí la historia, pues cada día al llegar te encontrabas las toallas haciendo formas imposibles:
Un perro. O un conejo. O algo.La familia pájaro y un par de cisnes formando un corazón. ¡Oh....!.
Y todo esto al son que marcaba una voz que no paraba de sonar bilingüemente durante todo el día: «señores, hora de levantarse«, «in five minutes in the piano-bar…«, «en diez minutos desembarcamos en…«, «tienen a su disposición en el salón principal…«, «en la terraza del jacuzzi podrán disfrutar de…«. Aquella voz, que era como el Gran Hermano, no paraba en todo el día de martillearte en la cabeza y de marcarte lo que tenías que hacer en cada minuto.
Sin embargo, lo que más me sorprendió fue que todos aquellos propietarios de abultadas cuentas corrientes, fueran escrupulosamente obedientes a la hora de hacer lo que el Gran Hermano decía. Parecían teledirigidos y nadie se planteaba no hacer lo que en cada momento HABÍA que hacer. Y pongo ese había en mayúsculas, puesto que no deja de ser curioso que en un crucero de megalujo te digan siempre cual es tu deber.
Millonarios obedeciendo en un supuesto simulacro de naufragio.
Y claro, yo que llevo ya más de 200 días haciendo lo que me viene en gana, no llevaba para nada bien ese régimen carcelario. Y yo creo que no era el único: un abultado grupo de cincuento-solteronas canadienses no era capaz de encontrar asueto para sus tardíamente revolucionadas hormonas por falta de caballeros dispuestos a complacerlas. Algunos niños a bordo no tenían suficiente espacio para derrochar toda su energía. Varios recién casados no encontraban momentos para hacer uso de su recién estrenado matrimonio. Y este que os escribe se tenía que ir, en contra de su voluntad a dormir a las diez de la noche, porque en la jaula de oro ya no quedaba nada que hacer. Porque a partir de esa hora todo era prohibitivamente caro: internet a 15 dólares la hora (!), un cóctel a 10 dólares (!).
En conclusión, dos cosas me molestaban especialmente: estar completamente encerrado, preso dentro de un hotel de lujo flotante y que me dijeran en cada momento qué tenía que hacer. Eso sí, conseguí sobrellevarlo todo muy bien, sobretodo gracias a la gran familia que formamos en el barco:
La familia a bordo.
Quizás uno no tenga carne de millonario, lo reconozco, pero se me ocurren miles de formas mejores de disfrutar de esas islas que tras unos barrotes de oro.
***
Por otro lado, informamos al personal que el próximo JUEVES 16 de SEPTIEMBRE, a las 22.00 hora peninsular de España, llevaremos a cabo la prueba propuesta por Guille Casasnovas en loquequieraspor10euros, el chat multitudinario de seguidores del blog de la Épica.
Para participar debéis tener una cuenta de gmail (si no tenéis cuenta de gmail, haceos una que además os estáis haciendo un gran favor a vuestras vidas: Google, patrocínanos ya!) y aseguraros de tener en contactos de chat al señor Casas o a mí; y estar conectados a la hora y día convenidos.
Cualquier duda que tengáis al respecto estaremos encantados de resolverla vía comment o vía email.
En mi crucero por las Galápagos, se puede decir que mi más fiel compañero de batallas fue un niño de ocho años, José María. Sin duda no era un niño normal: de primera era mucho más inteligente de lo que su edad marcaba y de segundas era una auténtica enciclopedia andante de todo lo relacionado con los deportes. Yo, que me considero medianamente erudito en la materia no podía parar de sacarme el sombrero.
Compañero de interminables horas de jacuzzi y de partidas en la sala de juegos. Sin duda, un grande, una lástima que haya nacido ¡veinte! años después que yo. Aún así, la Épica no entiende de fechas de nacimiento, solamente entiende de grandes hombres, y José María es uno de ellos.
BSO: La única canción que habla de lagartos y cosas similares que se conoce, Comerranas, de Seguridad Social.
En el post de hoy nos remontamos hasta el muy lejano 1535, cuando un fraile español, llamado Tomás de Berlanga fue el primer hombre conocido en encontrar las que hoy día conocemos como islas Galápagos, un archipiélago perdido en el Pacífico a más de mil kilómetros de cualquier tierra firme. El afamado fraile abandonó Panamá para dirigirse a Perú a mediar en favor del mismísimo Pizarro. Tras varios días de desafortunada navegación, el más puro azar hizo topar su nave con aquellas inhóspitas islas.
Vista de la isla de San Bartolomé.
La sorpresa del fraile fue mayúscula, básicamente por la ausencia total de vegetación y por la gran variedad de animales de toda condición: tortugas, iguanas, lobos marinos…
Sin embargo, no fue hasta exactamente 300 años después, con la llegada de un joven y todavía desconocido Charles Darwin que las islas no alcanzaron gran relevancia a nivel mundial. Y gracias al genial inglés, el encargado de dar una de las pruebas más irrefutables de la inexistencia de dios, el nombre de las Galápagos irá siempre unido al de la evolución de las especies y a la selección natural. La explicación científica a la eterna cuestión de la creación y la demostración palpable de lo ficticio de aquello de los siete días. Sin embargo, en pleno siglo XXI todavía existen reductos que siguen creyendo en el creacionismo como fuerza elemental de la vida. Pero ese ya es otro tema: el de la estupidez humana, del que hablaremos otro día.
Un árbol medio muerto, hierba y un fondo bonito hacen una buena foto.
Bien, pues ya bien entrado el siglo XX, una joven adolescente de 15 años, mi señora madre, leía con pasión los apuntes del naturalista inglés y fantaseaba con poder, algún día, pisar aquellas maravillosas islas que habían inspirado tan notable descubrimiento.
La clásica tortuga de mar que se bañaba tranquilamente delante mío.
Y así fue como, tras un feliz reencuentro con mis queridos padres, pusimos rumbo hacia las islas Galápagos, con la particularidad que ibamos a verlas en un estado muy parecido a como las encontró Berlanga, a como las describió Darwin en sus apuntes y a como las leyó aquella adolescente.
Primero tuve que torear a este par de iguanas.Para que posaran junto con mis queridos padres.
Hemos sido privilegiados en presenciar uno de los pocos lugares del mundo por los que el tiempo no parece haber pasado. Hemos estado varios días navegando y paseando por diferentes islas sin ver rastro o vestigio de actividad humana alguna.
Un lobo marino haciendo "el muerto" y al final nuestro barquichuelo.
Nuestros únicos acompañantes eran los numerosos lobos marinos, iguanas, cangrejos, tortugas y pájaros de todo tipo que, desde hace siglos y siglos, y gracias al increíble nivel de adaptación al medio, son los habitantes casi únicos del archipiélago.
Un cangrejo medita si tirarse al mar azul turquesa o no.
La verdad es que tuvimos muchos momentos muy especiales en los que la sintonía entre el medio natural y nosotros, se nos presentaba de tal manera que éramos espectadores de una obra teatral totalmente natural, hecha solamente para nosotros.
Un pajarillo reposa en el caparazón de una tortuga gigante.
Encontrarse rodeado de -literalmente- miles de iguanas, completamente negras para poderse camuflar en los suelos volcánicos mientras escupían y se calentaban al sol. Sumergirse para que todo un banco de peces de colores pase a milímetros tuyos y observar lo hábiles que son los peces esquivando cualquier obstáculo imprevisto. Admirar el vuelo de unos pájaros con las patas completamente azules u otros con una bolsa roja enorme en el gaznate. Mirar bajo el agua con unas gafas de buceo y descubrir media docena de tortugas que cada una de ellas es más grande que uno; e incluso perseguirlas y darse cuenta de que en el mar son inalcanzables. Chocarse cara a cara con un lobo marino y quedar asustado de como una animal tan torpe en tierra puede ser tan hábil en el mar.
Un iguana terrestre.Unos curiosos pajarillos de patas y pico azul poblaban las islas.Aunque todos le llamemos foca, se trata de un lobo marino.Unos pájaros la mar de extraños llamados fragatas.Centenares de iguanas marinas descansaban al sol.Tortugas gigantes.
Y de estas muchas, cada día varias. Fueron cinco días en un crucero -que merece un post aparte- rodeado de toda clase de lujos, con dos tranquilas excursiones naturalistas por día, una por la mañana y una por la tarde. Sinceramente fue una muy buena experiencia aunque a veces me sentía como un pulpo en un garaje, pero esa maravilla de la naturaleza bien lo merecía.
Otra sesión de saltos.Tortuga, a ver si saltas lo que yo.
Selección natural en estado puro, y os propongo ese título por dos motivos: como homenaje a Darwin y a sus pesquisas y descubrimientos; y porque lo que pudimos presenciar durante aquellos días, parecía una selección de los mejores momentos de la naturaleza, solamente para nosotros.
Genial foto caminando por una magnifica y solitaria playa.Entre tortugas.Para ir cerrando, una demostración de mi inigualable fuerza levantando roca volcánica y la prueba de que, obviamente, el polo de rayas también viajó a Galápagos.
***
No puedo dejar pasar la oportunidad de lamentar la muerte de un notable campeón: el francés Laurent Fignon. Una vez más tenemos que narrar la muerte de un ciclista en otra de esas macabras coincidencias entre dopados y muertes extrañas. Pero es así, el ciclismo es así.
El gran Fignon.
Fignon quizás fue el último revolucionario del ciclismo, con sus gafas de alambre, su coleta rubia al viento, su incipiente calvicie y sus dos hechos más destacados: sus Tours y el mítico escupitajo a la cámara de TVE. Así era este genial francés, esperemos, el último campeón muerto.
Nombres completos: Librado Casero y Victoria Marina
País: España
Sólo por el hecho de ser mis padres ya deben figurar, sin acreditar más mérito, en esta lista de hombres épicos, pues la Épica muchas veces pasa de generación en generación. Si además, en sus vacaciones deciden ir al rescate de su hijo perdido en la otra punta del mundo, le alimentan mejor y le hacen vivir unos días de lujo, ¿qué más se puede pedir?
En definitiva, por estos y por otros miles de motivos, mis queridos progenitores entran a formar parte de los indispensables de este viaje. Espero que me perdonen por poner esta foto tan cabrona mientras dormían plácidamente en el avión.