BSO: Nos vimos en Berlín, de Soziedad Alkohólika.
El post de hoy va a ser de los polémicos, no cabe duda. Avanzo desde ya que seguramente se me va a acusar de antisemita y demás adjetivos que vengan al caso. Sin embargo quiero aclarar que este post no tiene ningún contenido racista ni antisemita, es simplemente mi opinión acerca de los muchísimos viajeros de nacionalidad israelita que invaden el continente sudamericano.
Avanzo desde ya que no creo en las generalizaciones y que en cualquier colectivo hay cabida para todo tipo de personas. Y este caso no es una excepción, pues durante mi periplo por estas tierras he encontrado a varios israelitas que no solamente merecen mi simpatía, sino que puedo decir orgulloso que forman parte de mis amigos.

Sin embargo, hoy toca generalizar y meter en el mismo saco a justos y a pecadores. Sin más preámbulos, hoy vamos a hablar de israelitas: que sea lo que dios quiera.
El estado de Israel es un insignificante píxel en el mapa, sin embargo, se destaca por ser una potencia militar y económica a nivel mundial, además de una fuente inagotable de polémicas y conflictos, muchas veces armados.
El servicio militar, como en cualquier país sobremilitarizado es evidentemente obligatorio: tres años para los varones, dos años para las chicas. Irrefutablemente, para todo el mundo y justo al cumplir los 18 años, nada de prórrogas de estudio, nada de certificados médicos de pies planos. La educación universitaria puede esperar, siempre es más importante aprender a pegar tiros en pro de la defensa (o ataque, según se mire) de la patria.
La cosa debió empezar como una moda, pero hoy en día se ha convertido en casi obligación: el caso es que los todavía jóvenes israelitas, después de prestar servicio a la patria, se lanzan a viajar y a ver mundo en una más que loable actitud de amplitud de miras y de huída de un período demasiado largo de disciplina estricta y de privaciones.
Israel cuenta con siete millones de personas en total, aproximadamente la población de Cataluña, sin embargo los israelitas superan en número a cualquier otra nacionalidad en lo que a viajar por Sudamérica se refiere. Esto no es para nada una exageración: hay israelitas a patadas, muchos más que estadounidenses, holandeses o australianos, seguramente las otras nacionalidades que les siguen en este ránking de dudosa fiabilidad y utilidad.

Aunque en España este colectivo es perfectamente desconocido, para los que llevamos meses tropezándonos con ellos, es muy sencillo sacar un retrato robot. Ellos tienen cuerpos atléticos, beben cada noche como condenados, coronan sus cabezas unos ridículos moños apretados con gomas de pelo, ocasionalmente lucen piercings, tienen un gusto desmesurado por la marihuana, siempre calzan las mismas chanclas modelo israel, las mismas que hace diez años hacían furor en Europa, pero que ahora ya ocupan el lugar del que nunca debieron salir, llevan los cuellos de las camisetas recortados por ellos mismos, lucen la nariz que se espera de su raza y pese a que cuidan en demasía su imagen, se dejan crecer la barba en ese sin afeitar elegante pero informal. Ellas son parecidas, especialmente en eso de la nariz prominente y lo de las chanclas.
Más o menos ya situamos a los personajes que hoy nos ocupan, vayamos pues a lo más deleznable de su presencia: su actitud para con el viaje y el resto de viajeros.
En general se podría decir que son peores compañeros de viaje que el resto. Siempre viajan en un grupo grande, por lo que las necesidades comunicativas que tienen al respecto del resto de viajeros, son menores. Su mayor preocupación durante el día es ahorrarse un peso: una eterna búsqueda del lugar más barato, del lugar donde poderse ahorrar unas monedas. Por todos es sabida la afición de los judíos por la recolección de divisas y por el préstamo a interés desorbitado.

Todos ellos suelen saber inglés y algo de español básico, sin embargo el hebreo, su impronunciable lengua es la única que usan, gritando más de lo necesario y contaminando el ambiente con los fuertes sonidos guturales que genera semjante lengua.
Cuando la concentración de israelitas en un hostal es elevada, la convivencia se torna incómoda. Ellos no tienen ningún interés de socializar con nadie que no sea descendiente del rey David, su único interés son sus compatriotas, emborracharse y ahorrar, el resto para ellos sobra.
Lo han pasado mal, no lo dudo, al fin y al cabo, la situación que les toca vivir, en continua tensión toda su vida y en fuerte disciplina y represión los últimos años, no es fácil y definitivamente les forja el carácter. Han tenido la propiedad de decidir sobre la vida y la muerte de las personas, pese a ser jóvenes escasamente formados, y eso marca. No exagero si digo que se creen superiores al resto, que tienen actitudes que rozan la tiranía, que posiblemente ni te saluden cuando entras y dices un sonoro hola para asegurarte de que te escuchan. Solamente se ayudan entre ellos, y desprecian al resto: si están usando el único ordenador y tu llevas un rato esperando, jamás te lo van a ceder, hasta que no acaben todos de hablar con todas sus familias allá en la tierra prometida.

En muchos lugares, les ponen los carteles en su infranqueable alfabeto, para que estén más a gusto. En fin, es complicado explicarlo con palabras, es una cosa más de sensaciones, pero lo que os puedo asegurar es que es una sensación compartida por casi todos los viajeros: los israelitas son lo peor.
Si se dirijen a ti, suele ser para preguntarte algo relacionado con dinero, ¿cuanto pagas por tu hostal? ¿cuanto pagaste por el bus? Y como yo suelo ser mejor que ellos en el arte del regateo, les da una rabia infinita pagar un peso más que yo.
Después está el tema frente al conflicto palestino-israelí, siempre polémico. Por muy aperturistas que puedan parecer a simple vista, tienen una postura clara frente al conflicto, son exageradamente nacionalistas y están orgullosos de su paso por el ejército y de servir a su país, aunque ello represente tirar por la borda tres largos años de su juventud.
Ejemplos de ello tengo muchos, pues yo soy curioso y suelo preguntar al respecto. El caso más exagerado un excomandante de una patrulla de once tanques que se jactaba públicamente de salir a matar palestinos antes de desayunar.
Son tipos peligrosos, no en vano están formados no sólo para matar sino también para tener la capacidad de decidir sobre el fin de la vida de las personas y eso indudablemente, marca. En fin, que es muy complicado convivir con ellos y es algo en lo que todo el mundo está de acuerdo.
Para ir cerrando, uno de los ejemplos más clásicos de la mala onda israelita. Sitúo la escena en la playa de Ipanema en Río de Janeiro. Un multicultural grupo disfruta del buen clima, de la música brasileña y de algunas bebidas. Un exaltado alemán, radiante de felicidad, se acerca a un par de damiselas de Israel a ofrecerles un trago de su botella de Cachaça, un licor brasileño. La respuesta, demoledora, dejó a todo el mundo helado: «¿A cuantos más de nosortos quereis matar?«.
Y así miles de casos, miles de ejemplos, de actitudes que el primer día no percibes pero que tras diez meses compartiendo hostal con ellos, al final no lo puedes remediar.
Ya sé que está mal generalizar, y que he encontrado a algunos buenos, pero en su mayoría siempre pienso, que para emborracharse, hablar hebreo y andar solamente con sus compatriotas, podrían quedarse en su país, todos se lo agradeceríamos.

Ahora seguramente el Mosad me perseguirá por antisemita, pero yo simplemente lo que hago es hacer pública una verdad: la del ghetto del pueblo judío viajando por Sudamérica.



















