Mens sana in corpore sano

BSO: Correcaminos, estate al loro; de Extremoduro.

Después de mi sufrida excursión al Machu Picchu, solamente me quedaba un paso para sacarme definitivamente el título de Correcaminos: la caminata hasta el Choquequirao, lo que seguramente será un nombre desconocido para cualquier lector del blog, como lo era para mi pocos días antes de embarcarme hacia allí.

Vista del Choquequirao.

El Choquequirao son otras de las muchas ruinas incas que salpican todos los alrededores de Cusco, en Perú. Lo que más llama la atención del lugar es su complicadísima accesibilidad, circunstancia que lo mantiene lejos de los circuitos turísticos más habituales.

Dicen que es la hermana sagrada del Machu Picchu, por sus múltiples semejanzas. Si bien es cierto que el paraje es espectacular, a mi humilde modo de ver las cosas, lo es menos que su hermano más conocido. Aún así, tiene una serie de cosas que lo hacen mucho más entrañable, enigmático y encantador.

Impresionantes vistas.

Hablemos primero de los accesos: la manera más rápida y cómoda de llegar al lugar es una sucesión de buses y taxis de cuatro horas hasta un pueblito llamado Cachora y después una señora caminata de 32 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Aunque la kilometrada de 64 km pueda asustar al personal, os aseguro de primera mano que no era lo peor del camino, ni mucho menos. Lo peor es el desnivel acumulado, algo criminal, de más de 3500 metros. Para que nos vayamos haciendo una idea, en montañismo se considera que una ruta es de «dificultad alta» a partir de los 1000 metros de desnivel.

El grupo de osados valientes estaba formado por una representación mundial con un componente por continente: desde la lejana Oceanía llegó Glen; Susana, peruana por tanto sudamericana, la local del grupo; David, representando a América del Norte, desde la mejor isla del Caribe, Puerto Rico; 이은정, venida desde la asiática Corea del Sur y un servidor, representando a la vieja Europa. Solamente nos habíamos visto en un par de ocasiones pero todos teníamos la determinación y dicho sea de paso, la poca información para, sin una preparación específica, mandarnos a cruzar los Andes a pie.

El grupo antes de empezar.
(David, con su excelente cámara, va a subir el nivel habitual de las fotos). Pensativo, antes de salir.

Todo empezó con un madrugón de los de las cuatro de la mañana para montarnos apretujados durante más de tres horas hasta el pueblo de inicio. A partir de ahí se desvanece cualquier posibilidad para avanzar en algún medio que no sea la tracción animal o humana.

Se sale bordeando los 3000 metros sobre el nivel del mar. La parte más cómoda, los primeros once kilómetros, de falsos llanos tanto descendentes como ascendentes precedía a un interminable descenso de prácticamente diez kilómetros que acababa en un río, a poco más de 1300 msnm. Es decir, de una tacada un desnivel de más de kilómetro y medio, pero como era hacia abajo, acusamos solamente la fatiga de las horas de caminar y el dolor de piernas consecuente con el camino recorrido.

Nos encontramos a este bello animalito en mitad del camino. A su lado, una moneda para comparar el tamaño.

Llegamos cansados tras unas siete horas de caminata y decidimos acampar allí. A las siete de la tarde dormíamos como benditos en el duro suelo a la espera del alba para proseguir la ruta. Lo que venía después era la parte más dura: siete kilómetros de pura subida, sin ningún descanso, donde se volvía a bordear la cota de los 3000.

Haciendo unos pocos cálculos bastante rudimentarios sale una pendiente media durante esos kilómetros de casi el 27%. Para que nos hagamos una idea, el famoso Angliru tiene una pendiente media del 10.13% y su mayor rampa es de casi el 22%. O el mitificado Mortirolo en su pendiente máxima no alcanza siquiera el 19%. En fin, cinco horas de ascensión más que durísima, muchas de ellas a pleno sol.

Al final de la rampa, tras una serie de controversias y desavenencias, seguramente producidas por el cansancio, decidimos separar los grupos, produciéndose la verdadera selección natural de personas Épicas. Así pues, el grupo reducía sus unidades a solamente tres: David, Eunjung y yo.

Equipo de gala.

Para alcanzar la gloria, ya solamente quedaban tres o cuatro kilómetros, dónde no hay un solo metro llano, pero que al menos las sudadas subidas se compensan con incómodos descensos. Decidimos volver a acampar y continuar con la visita al día siguiente.

La mala suerte hizo que en la separación del grupo, nuestros excompañeros se llevaran los palos de nuestra tienda de campaña, por lo que tuvimos que improvisar alguna solución de urgencia.

Orgulloso, frente a nuestro invento. Nótense los palos que la sostienen clavados en la pared.

Nos sentíamos unos privilegiados, y en realidad lo éramos. Hasta ese punto solamente las personas verdaderamente privilegiadas pueden llegar.

En primer lugar los privilegiados físicamente hablando, como nosotros, que tras esforzar el cuerpo al máximo hasta llevarlo al límite, subimos dejándonos la piel en cada paso; sufrimiento que cada uno llevaba como podía: David maldecía, protestaba, bromeaba y gritaba, siempre sin perder su caribeño sentido del humor; cuando no podía más, se abrazaba fuerte a un árbol para captar su energía. Eunjung, la persona que siempre sonríe y nunca cambia la cara por fuerte que sea la pendiente, devoraba la comida que hurtaba a escondidas en cada momento de debilidad. Éste que escribe trataba de dejar la mente en blanco u ocuparla con algún pensamiento más positivo que el sufrimiento físico extremo y sucedía los lentos pasos con gritos de ánimo a sus compañeros.

¡Vamooooos, que ya casi estamos!

Pero lamentablemente el poder del dinero llega también bien arriba y tuvimos que compartir camino con el segundo tipo de privilegiados: los de buena cartera. Compartimos camino con diez adinerados norteños que hicieron el camino acompañados de ¡¡¡27 mulas!!! y un séquito de ocho porteadores, cocineros y arrieros, en lo que era un innecesario campamento de lujo ambulante, que les llevó, 600 dólares per cápita mediante, a absurdos tales como desplazar una caja con ¡200 huevos! a semejante paraje. Nuestros necios compañeros de campamento, viendo nuestras evidentes dificultades, cargando nuestro propio equipaje y comida, con una tienda de campaña sin palos y con el buen humor haciendo las veces de mula, no nos dieron ni los buenos días, por no hablar de unos calientes platos de sopa que les solicitamos y que nos negaron con la misma neciedad que anunciaba su absurdo campamento de diez sillas plegables, con panqueques de desayuno y mula con bombona de butano a cuestas.

La diferencia de campamentos: el nuestro en primer plano y el gringo al fondo.

Por la mañana, bien pronto, comenzamos la caminata definitiva, la que nos llevaría de una vez por todas a las ruinas soñadas. Una vez allí, hicimos la visita completamente solos, sin ver a nadie, tal vez cada varios minutos se cruzaba alguien por la otra punta del recinto. Fueron momentos mágicos: no era sólo el lugar dónde estábamos, que también. Eran tres días de caminar muchas horas, el cansancio haciendo mella en nuestros mal alimentados y poco descansados cuerpos, pero era una sensación de plenitud y felicidad dificilmente descriptible.

¡Misión conseguida!
La plaza principal, con un árbol solitario.

Además, estábamos en uno de esos parajes en los que mires dónde mires hay una buena foto: los nevados de más de 6000 metros presiden la estancia, las escarpadas montañas verdes lo rodean todo, las ruinas reposan en los lugares más dificultosos y una cuidada hierba verde es la alfombra sobra la que se pisa.

Momentos de elevación.
Momentos de mucha elevación.
Ellos fueron las únicas personas que encontramos. Hay gente a la que no le hace falta elevarse, porque ya viven elevados.

Lo gozamos, no os lo negaré, además de todo eso, almenos yo, sentía que tenía posiblemente a los mejores compañeros que podía tener. La felicidad era plena, sin embargo una idea intranquilizaba nuestras elevadas mentes: la vuelta.

Volando voy.

Había que hacer el camino de regreso, tan duro como el de venida, con los cuerpos más castigados, con las ampollas floreciendo en los pies, cada vez con menos comida y, evidentemente, con el agua finiquitada y ya dispuestos a beber de dónde fuera menester, con la amenaza que supone la aparición de dolores estomacales o alivios líquidos.

Había que hacerlo y lo hicimos, y en aquellos millones de pasos que dí, con todo el cansancio acumulado, me di cuenta de algo importante. El cuerpo humano es una máquina casi perfecta, capaz de aguantarlo casi todo, lo que nos limita como especie, es la mente.

Encantado de la vida.

El cuerpo puede mucho más que la mente, que intenta convencerte de que pares debido a la fatiga, pero entonces, en esos momentos, cuando vas al límite y estás explorando rincones de tu existencia que desconocías, tienes que saber sobreponerte. Yo pensaba en ciclismo, jugaba conmigo mismo a comida mental, contaba mis propios pasos, trataba sin éxito de divisar el final del camino y después de eso, daba un paso más. Y vuelta a empezar.

¡Anda que no queda! (Véase el camino hasta arriba)

El camino era muy duro, pero psicológicamente quizás lo era más. Una sucesión de kilómetros, todos en subida, en forma de zig-zag para poder avanzar en las duras pendientes. Llegabas a una curva, girabas, y otra pared. Y otra, y otra. Sin ver el final, hasta que llegaba y entonces es como si se abrieran las puertas del cielo.

El zigzagueante camino.

En definitiva, toda una epopeya de sufrimiento y felicidad, rodeados de montañas y de ruinas en la mejor compañía. Si quieren disfrutar de vivencias no sólamente Épicas, sino Epiquisimas, por favor, trabajen sus mentes para poder exigir a sus cuerpos. Las aventuras más Épicas están reservadas solamente para las personas con Mens sana in corpore sano.

***

Hemos abierto un nuevo picasa donde ya podeis ver las fotos completas de esta nueva aventura. Podéis verlo pinchando directamente aquí, o en los lugares habituales.

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De regalo, algunas fotos más:

David. Gozándola.

Yo estuve allí.
Llegados al pueblo, un tramo de vuelta, hubo que hacerlo en un taxi lleno de trastos y de patatas...
Pero como recompensa nos llevamos una bolsa.
Construcciones incas al borde del precipicio.
Los otros compañeros de viaje: los mosquitos.

El camino del punki

BSO: A San Fernando, de Manolo García.

El Machu Picchu es una de las nuevas maravillas del mundo, con lo cual, es un gran foco de atracción de turistas de toda condición y poder adquisitivo: desde occidentales muy acaudalados que solamente osan pernoctar en hoteles cinco estrellas, a los mochileros más avaros, pasando por humildes peruanos, vecinos de zonas cercanas que también deciden dejarse ver por el archifamoso santuario.

Otra vista del polo, digo, del Machu Picchu.

Los constructores de tan afamado templo, los incas, son famosos por hacer sus construcciones en lugares inhóspitos, siempre de complicado acceso. Es por eso que las rutas que llegan hasta el Machu Picchu son muchas, variadas y para todos los bolsillos.

La opción más elitista, prácticamente reservada a jefes de estado y archimillonarios es llegar en un cómodo vuelo en helicóptero desde Cusco de no más de veinte minutos.

Ya en el territorio de los mortales las maneras más habituales son dos. La opción preferida por todos los que llegan a la zona con un paquete turístico ya contratado en los países de origen: el tren que cuesta más dinero por kilómetro del mundo, con precios desorbitados desde los cien dólares, toda una fortuna en Perú. El tren te deja en Aguas Calientes, el pueblo adyacente, y desde allí, hay un servicio de bus a ración de siete dólares por quince minutos, posiblemente el bus más caro de toda latinoamérica.

El famoso tren pasando a mi lado.

La otra opción, la «aventurera», es el Camino del Inca. Pongo ese aventurera entrecomillado porque esta opción contradice dos de los pilares de la aventura: la previsión y el planning. La previsión porque para tener la oportunidad de hacer el camino se tiene que reservar con no menos de medio año de antelación. Y el planning porque los sufridos caminantes hacen en todo momento lo que marca el programa: se come en tal lugar, se camina a tal ritmo durante tres horas, se duerme en tal hospedaje, incluso, se va a tal discoteca… Todo cronometrado, perfectamente guiado y sin posibilidad de salirse del plan que alguien estableció por ti. Sobra decir que un buen grupo de porteadores son los encargados de transportar en inhumanas mochilas todo lo necesario para el bienestar del «aventurero», desde la comida para los seis días, hasta la plancha del pelo de la gringa de turno. Sobra decir que de 400 dólares no baja la broma.

(Broma interna) Los sufridos porteadores llevando las bragas Naf-Naf de una turista francesa.

Así que como ni soy jefe de estado, ni adinerado, ni previsor, decidí tomar el camino más popular entre los sufridos tacaños, dispuestos a hacer lo que sea para ahorrar unos soles.

Las ruinas de Ollantaytambo, otra de tantas, camino al Machu Picchu.

Así que contraté un transporte hasta Santa Teresa, un pueblito que está descubriendo la llegada del turismo de más baja alcurnia. Tras seis horas de furgoneta, la mitad de ellas por camino de arena, hicimos entrada en la población, donde pasé la noche.

La nada recomendable ni cómoda ruta, desde el cristal de la furgoneta.

Al día siguiente ya solamente quedaba ponerse a caminar. El primer obstáculo, un río, que pude librar en un curioso transporte local:

Posteriormente, hasta llegar a una central hidroeléctrica, casi tres horas de esforzada caminata, en un paraje espectacular. Y posteriormente otro buen par de horas, caminando al lado de la vía del caro tren que antes he mencionado. Después, llegada a Aguas Calientes, a dormir pronto ya que a la mañana siguiente había que madrugar para hacer aquella historia que ya os había contado.

Una cascada saliendo de una roca, una de las cosas que los que no hacen el camino del punki se pierden.
"Prohibido el paso de peatones por el puente".

Por supuesto, de bajada, solamente quedaba hacer el camino inverso: caminar y caminar hasta Santa Teresa, con un bañito en el río incluído y otras seis incómodas horas de bus hasta Cusco.

Puedo asegurar que la experiencia, aunque físicamente más exigente, es mucho más intensa, mucho más paulatina y en definitiva, mucho mejor que en cualquiera de las otras opciones.

Así se hace el camino del punki, el camino de los que no nos gusta ni pagar ni que nos digan lo que tenemos que hacer. En definitiva, el único camino que conduce al Machu Picchu, guiado por la Épica.

***

Desde Caracas, Venezuela, llegan noticias de Duncan, el gato de la Épica, que sigue viviendo felizmente con Cacho y familia. Para tranquilidad de todos, el gato está bien, totalmente recuperado del mal rato.

Novedades:

El gato ha tomado su primer baño en su nueva familia. Parece que, haciendo honor a su condición gatuna, no le gustó nada.

Miedo al agua.

Por otro lado, el gato no ha perdido sus instintos naturales, puesto que destrozó sin piedad un ratoncillo de tela que le compraron.

Foto National Geographic con Duncan y los restos del ratón de trapo.

Seguiremos informando.

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Presuntuosamente, informo al mundo que es mi cumpleaños, cumplo la friolera de 29 palos e insto a todo el mundo que lea esto a que me deje un comentario felicitándome, insultándome o diciendo cualquier tontería. Gracias.

Subir al cielo

BSO: Pirata Capitán (Sube, que nos vamos pa las nubes), de La Kinky Beat.

Hace ya bastantes años que renuncié a cualquier tipo de religión conocida, pero mi experiencia en el celebérrimo Machu Picchu, si bien en ningún momento hizo replantearme mi (no) religiosidad, casi me hace subir al cielo. Veamos porqué.

Cualquier turista que desee visitar la más votada de las nuevas siete maravillas del mundo debe pasar por Aguas Calientes, un pequeño pueblo, aunque esté mal usar la palabra pueblo para referirse a una sucesión de hoteles, restaurantes y tiendas de recuerdos. Los métodos y caminos para llegar hasta la población son diversos, pero eso es algo que veremos en próximos episodios. Hoy hablaremos pues solamente de mi experiencia en el Machu Picchu.

Las ruinas de Machu Picchu, con el Huayna Picchu al fondo.

Como los valientes, a las cuatro de la mañana salía de mi hostal en dirección al santuario. Una hora y poco de caminata, colina arriba, casi en plena oscuridad, para llegar de los primeros a la entrada. Nunca he sido de madrugar, ni de querer ser el primero en ir a un lugar, pero esta vez era prácticamente obligatoria la paliza para coger turno para subir al Huayna Picchu, la mítica montaña que se ve en cualquier foto que se precie del lugar. El caso es que solamente los 400 primeros en personarse consiguen el preciado sello que te permite el acceso. Los autobuses -a 7 dólares los diez minutos- empiezan a llegar a eso de las 5 y pico, así que los esforzados rácanos que subimos andando tenemos que llegar un poco antes.

Y así fue, fui uno de los 30 primeros en poner mi somnolienta cara enfrente de la puerta, todavía cerrada, del lugar sagrado. Una vez abrieron, puntualmente a las seis de la mañana -estos peruanos están locos- me puse a correr como un bendito por enmedio de las ruinas para llegar en primera posición a la puerta de entrada al Huayna. Sobra decir que lo conseguí.

Bien, Casero, bien, mejorando como fotógrafo.

En el mismo momento que abrieron puse un ritmo de ascensión infernal, cosa que me permitió llegar destacado y en solitario a la cumbre. El Huayna Picchu es una montaña muy escarpada, algunos centenares de metros por encima de las ruinas. Una sucesión de angostos y peligrosos escalones te conducen a la parte alta de la montaña, también llena de ruinas incas. La parte final es la más dura, donde centenares de pequeños escalones se suceden sin descanso hasta la cumbre, donde una roca preside el mundo.

Y como yo estuve sentado en esa roca, me sentí como el rey del mundo en aquel momento. La experiencia fue maravillosa. No se oía ni un solo conato de ruido. Todo lo que te envuelve es espectacular. Estaba sobre una montaña de un color verde diferente a cualquier otro verde conocido, rodeado de montañas más altas que forman un círculo alrededor tuyo, el río la bordea más de 180 grados, creando una gran circunferencia alrededor, las nubes suben y bajan escondiendo y mostrando ese perfecto espectáculo inmóvil, el mismo que presenciaron los sabios incas, el mismo que decidieron convertir en lugar sagrado. Y como guinda del pastel, las ruinas que hacen malabares en las alturas circundando un cuidado césped verde.

Tocando el cielo, con el polo de rayas.

Mucha gente dice que Machu Picchu es un lugar mágico, con una fuerza especial y extraña, un lugar de energía. También hay que decir que es un lugar donde hay una alta concentración de esotéricos, alineados con las estrellas, adoradores de la pacha mama y consumidores de estupefacientes varios que sin duda esfuerzan todos sus sentidos para flipar en colores y creerse los elegidos por el inca Atahualpa.

Yo también hice la típiquisima foto.

Pero uno que está desprovisto de toda creencia no demostrable científicamente, me sentí como subiendo al cielo, entiéndase en todos los sentidos de la expresión.

Muerto del cansancio debido al madrugón, a la mala alimentación y a la caminata, casi subo al cielo. Cuando las nubes bajaban y mis piernas colgaban de aquella roca y solamente se veía blanco abajo, azul arriba y en frente el verde pico de la montaña más alta del lugar, uno sentía que había subido hasta el cielo, o más arriba. Cuando estaba en el monumento más turístico, famoso y visitado de Sudamérica, completamente solo, sin escuchar a nadie y presenciandolo desde el lugar más privilegiado, también sentí que estaba subiendo al cielo.

Volando el Machu Picchu.

En definitiva, tuve un momento de elevación impresionante, un momento mágico. Pero de repente se empezaron a escuchar voces y pronto estaba rodeado de mucha gente y de un plumazo de devolvieron a la realidad. Así que con la sonrisa puesta y la satisfacción de ser el único, almenos en ese día, que presenció semejante espectáculo, me bajé para abajo.

Paseé un rato por las ruinas y pregunté la hora. No eran todavía las nueve y media de la mañana, cuando ya había acabado mi recorrido. Decidí que no podía ser y que la entrada que había pagado, eso sí, con descuento de estudiante, había que amortizarla más.

Así que ni corto ni perezoso, enfilé el camino contrario, el que me llevaría a la montaña Machu Picchu, la que preside las ruinas desde el otro lado. La caminata, bastante más larga y de similares características, duró prácticamente dos horas, a un ritmo bastante más cansino debido a la fatiga.

Sentado en el cielo.

Cuando llegué a la cumbre presidida por la bandera de Cusco, arcoiris, de innegable parecido a la del orgullo gay, había bien poca gente y el clima era perfecto. El sol zumbaba fuerte, pero la brisa corría fresca, así que con las ruinas más famosas del mundo como telón de fondo me comí un bocadillo de atún y me eché una siesta. Y como estaba tan cerca, pues volví a subir al cielo.

En la cumbre, la bandera del Cusco ondea al viento.

Y de ahí, dolor de rodillas mediante, me volví a bajar hasta Aguas Calientes, recorriendo mis mismos pasos, con la satisfacción de haber vivido una cosa única de una manera única.

Así que, señores, si quieren vivir el Machu Picchu de forma Épica, ya saben lo que les toca, suban al cielo, yo les espero allí.

Última llamada

BSO: Volando voy, de Kiko Veneno.

Desde hace algunos meses la polémica más grande en la que se ha visto rodeada este viajero y en consecuencia, este blog, ha sido la fecha de vuelta a casa. Siempre he barajado dos opciones: continuar hasta febrero, completando así el ciclo natural de un año e ir a la Patagonia; o volver a casa, dejando un poco el viaje a medias, pero con la satisfacción del deber cumplido y comiendo los turrones en familia.

Muchas han sido las especulaciones, los rumores, las presiones, las conjeturas, pero hoy, en excusiva para el mundo, desde el blog de la Épica, vamos a dar de una vez por todas la respuesta definitiva. Para alegría de mi señora madre, entre otras y para desgracia de la Épica Patagónica, volveré a casa en Navidades.

La única foto de aviones que tengo: el que nos llevó a las Islas Galápagos, en Ecuador.

Las razones no las tengo muy claras, era una decisión complicada. Por un lado pesaba mucho la idea de intentar cerrar el ciclo del viaje, pero después de pensarlo, he llegado a la conclusión de que no me hacía falta. El viaje está siendo maravilloso y no necesito alargarlo dos meses más. Así que, como ya dijo otro ilustre de este blog, yo me bajo en la próxima, aunque la próxima esté a casi un par de meses vista.

Esto no pretende ser una despedida, puesto que todavía quedan casi dos meses de epopeya sudamericana y toda una vida Épica que narrar; así que el futuro de este blog, posiblemente y replanteando ciertas cosas, tenga más futuro que este viaje, el que llamamos Viaje de la Épica, y que por primera vez ve la luz al final del túnel.

Y el vuelo de vuelta es, a su vez, como un resumen de este viaje, donde he dado vueltas por Sudamérica en varias direcciones, cada vez con menos sentido sobre el mapa, pero con poderosas razones que explican los cambios de rumbo. Así que, buscando la opción más barata haré el siguiente disparatado recorrido: Buenos Aires-Lima, Lima-Bogotá, Bogotá-Barcelona, en la friolera de 33 horas, si no hay retrasos ni problemas, cosa poco probable.

Así que el anuncio es el siguiente:

LLEGO A BARCELONA EL LUNES 20 DE DICIEMBRE A LAS 14:00h

La aerolínea elegida, bajo el único criterio del precio, es el grupo LACSA-TACA-AVIANCA.

En definitiva, tirando de refranero, todo lo bueno tiende a su fin, funesta frase en la que no estoy nada de acuerdo, pero que es aplicable a este caso. Insisto, esto no es una despedida, así que nadie la tome como tal.

Señores, ahora tengo que irme, me están llamando por megafonía, es la Última Llamada.

Tuve un descuido: olvidé la navaja multiusos que me regaló Javito en mi equipaje de mano. Este fulano con cara de mal-lechado lo descubrió y tuve que dejar mi querida navaja en un receptáculo de esos donde se amontonan centenares de objetos. Por suerte, pude inmortalizar el momento. Si veis al fulano por la calle, pedidle mi navaja!

Las lechugas verdes

BSO: El Libertador (homenaje a la Revolución Bolivariana), de Ska-P.

Las únicas noticias que llegan a un noticiero español desde Venezuela son las estridencias de su controvertido presidente y, si acaso, esos conatos de guerra con Colombia, que no son sino otra consecuencia de la estridencia presidencial. Pues bien, desde esta humilde tarima, vamos a arrojar un poco más de luz sobre la realidad venezolana, almenos de lo que me dio tiempo a ver hace un par de años cuando vine por aquí un mes y de la escasa semana que he estado esta vez; sobretodo haciendo hincapié en las cosas más curiosas o sorprendentes para el lector medio de este blog.

La República Bolivariana de Venezuela se llama así desde que al señor Chávez le apeteció poner la palabra Bolivariana enmedio en honor al libertador de la zona, el demasiado idolatrado Simón Bolívar; de la misma manera que decidió cambiar la bandera del país y añadir otra estrella a las siete ya exitentes en honor al territorio de la Guyana, una histórica aspiración venezolana.

Simón Bolivar, presente en todas las plazas principales de todos los municipios de Venezuela.

Estos dos pequeños detalles, carentes de importancia, no son sino un par de pequeñas muestras de lo bizarre de la política en este país, un lugar donde ocurren cosas que solamente pueden ocurrir aquí.

La moneda actual, el Bolívar Fuerte, también inventada por el presidente actual, se cotiza aproximadamente a razón de 4 bolívares por cada euro. Pues bien, debido a la restricción impuesta por el gobierno a la hora de cambiar divisas -una persona, tras intensas gestiones burocráticas, solamente puede optar a un máximo de 3500 dólares por año- en pro de proteger la moneda local, ha creado una galopante demanda de moneda extrangera en lo que se ha dado en llamar el cambio paralelo.

Recordemos esa relación 4 a 1, pues bien, en la calle se pueden conseguir euros en una relación de ¡¡12 a 1!!. Es decir, que ante la necesidad imperante de conseguir moneda extrangera (básicamente euros y dólares) son capaces de pagar hasta tres veces más por ella. En fin, una locura, como muchas cosas de la política en este país. Y en ese río revuleto los más beneficiados somos los pocos turistas gringos o europeos que vemos como nuestro dinero se multiplica por tres y Venezuela pasa en un instante de ser el país más caro de Sudamérica a estar en la media o más abajo.

La socialista plaza Caracas de Caracas es sede de numerosas transacciones monetarias en el mercado negro.

Y ¿como se rige ese mercado paralelo? Pues existían varias páginas web que daban, actualizándose a diario, el valor del cambio paralelo y era lo que cualquier cambiador seguía a rejatabla. Pero la censura gubernamental no podía permitir tal afrenta ante la economía nacional y decidió cerrar todas las páginas web donde se facilitaba el cambio en el mercado negro.

Como no podía ser de otra manera, pues internet es prácticamente incensurable, surgió una idea graciosa. Ahora la página web de referencia es lechugaverde.com, cuyo contenido reza así: «Mucha gente piensa que este es el precio del dólar paralelo […]. Nada más alejado de la realidad. Este es el precio de la lechuga verde en Caracas (Venezuela)». Y se facilita el cambio diario tanto de la lechuga verde americana, como de la lechuga verde europea, que como pueden ver se cotiza entre 11 y 12.5, en función del tipo de billete que cambies, a más grande, mejor cambio.

Bien, sigamos, estamos en un país donde la gente compra monedas extranjeras a tres veces su valor, veamos más cosas curiosas: la gasolina. Por todos es sabido que Venezuela sustenta casi toda su riqueza en sus pozos petrolíferos y que, como país productor, es lógico pensar que gozan de una gasolina barata. Pero lo que nadie puede imaginar es del nivel de baratez, casi de gratuidad, del que estamos hablando.

Un litro de gasolina en Venezuela cuesta el equivalente de 0.015 céntimos de euro más o menos. Ojo a ese segundo cero. Estoy diciendo que un litro cuesta menos de dos céntimos de euro. Para que os hagáis una idea más real del precio: llenar el depósito de un coche cualquiera puede costar entre 30 y 50 céntimos de euro, o lo que es lo mismo, que por cada litro que pones en España, en Venezuela puedes poner ¡¡200!!.

Cacho y yo, disfrutando de los placeres bolivarianos: béisbol cerveza en mano.

Es increíble, no tenemos la mente preparada para tal diferencia. Así que los venezolanos no toman para nada en cuenta el consumo de gasolina, así que no se ven prácticamente coches pequeños. Lo normal son grandes motores de consumos elevadísimos, aliñados por la afición venezolana de pasear el coche, de salir en coche a comprar a la tienda de la esquina o de esperar a alguien dando vueltas a la manzana en pro de la seguridad del «es peligroso estar parado«.

Y ese es otro de los grandes caballos de batalla: la paranoia de la seguridad, mucho más patente que en cualquier otro país de Sudamérica, donde son a su vez mucho más paranoicos que en cualquier país europeo. Venezuela tiene uno de los índices de violencia más elevado del mundo y esto se nota en el día a día de la gente.

La gente vive con miedo y esto se hace todavía más crudo por la noche, cuando cualquier calle queda absolutamente desierta. Todo el día se habla sobre el último asesinato o el último asalto y hasta consiguen meterte el miedo en el cuerpo. Sinceramente, pese a que sí es un país de alta peligrosidad, se exagera y mucho, siempre a mi inconsciente modo de ver las cosas.

Más cosas que seguro van a causar asombro entre los lectores del blog: los precios bolivarianos. Chávez, para asegurar la alimentación de todos los venezolanos, tiene una serie de alimentos básicos a precios subvencionados, extremadamente baratos. Y se da la circunstancia de que un kilo de arroz -subvencionado- puede costar varias veces menos que un kilo de arroz saborizado -no subvencionado-, con sabor a pollo o a queso por ejemplo.

Un supermercado bolivariano con publicidad del gobierno... ¡siempre al precio justo!

Entonces ocurre que las arroceras, hartas de perder dinero produciendo arroz normal, reducen su producción en favor de los arroces saborizados. Entonces, la población venezolana, como casi todas las sudamericanas absolutamente dependiente del arroz, arrasa con el arroz blanco y en los supermercados solamente queda arroz saborizado, caro por tanto, pero como no queda otra, ya que arroz hay que comer, lo compran por docenas, para regocijo de las arroceras. Y el gobierno, recordemos, socialista bolivariano, responde a las ofensas con expropiaciones de empresas arroceras mediante la acusación de imperialistas y oligarcas, convirtiéndolas así en empresas públicas que en poco tiempo dejan de ser rentables y pasan a engrosar la costosísima factura pública del gobierno Chavista.

Chavez, personaje de excelente oratoria, ejerce su gobierno con mano dura y haciendo del populismo su mejor bandera y alternando medidas absurdas con otras muy favorecientes a las clases más bajas (más de la mitad de la población, preciasamente la misma que con sus votos le mantiene en el poder) y plantando cara día a día al imperialismo (todo lo que huela a estadounidense) y a la oligarquía (esa gran parte de la población venezolana que es tremendamente rica).

Y ya digo, muchas de las políticas chavistas, eminentemente sociales, pese a estar aliñadas con el populismo más previsible, creo que hacen bien a la castigada población venezolana. Sin embargo creo que se equivoca de plano al tomar ese discurso tan agresivo y frontalista contra sus dos grandes enemigos ficticios ya mencionados: los yankees y los ricos.

Una televisión en plena calle da moralina política a los espectadores.

Hablemos en primer lugar del imperialismo gringo, al cual yo también me opongo de plano. Venezuela es prácticamente el líder a nivel mundial de la lucha, almenos dialéctica, contra el accionar de los Estados Unidos. No es raro ver a Chávez insultando, provocando o incluso retando al poder americano. Diré incluso que me parece una figura necesaria a nivel mundial, pero creo que ese no es un papel que debe de jugar Venezuela: un país pequeño y pobre, dentro de una región pobre, no debe ser el abanderado del antiimperialismo puesto que le puede acarrear funestas consecuencias.

Y mucho más si tenemos en cuenta que Estados Unidos compra el 90% del petróleo venezolano y que por tanto, Venezuela depende económicamente de una manera casi exclusiva de las necesidades energéticas de los gringos. Que como un día decidan cortar el grifo, la catástrofe económica venezolana sería de consecuencias bíblicas, puesto que tendrían que medio regalar el petróleo a sus potentes socios (Bolivia, Cuba, Ecuador…), teniendo en cuenta que la economía venezolana no produce más que oro negro, ya que en los años de la oligarquía se descuidó por completo el campo o la industria al calor de la gallina de los huevos de oro que suponía el petróleo, la misma que provocó que Venezuela sea el país de Latinoamérica con una más alta proporción de ricos.

Y esto es ya el otro tema, lo que el bolivarianismo da en llamar oligarquía representa a toda la alta clase social venezolana. Sudamérica es en general un continente de mucha desigualdad económica y social, donde unos pocos ricos viven como jeques ante la miseria de la mayoría de la población y ante la inminente creación de una cada vez más abultada clase media.

Otra carpa roja con más propaganda oficialista.

Pero en Venezuela esas diferencias son diferentes, puesto que los ricos no solamente son muy ricos, sino que además son muchos y representan un alto porcentaje de la población. Y Chávez les ataca y ellos se sienten todavía más ofendidos. Y la guerra entre chavistas y antichavistas es cada vez más abierta y menos irreconciliable, para desgracia del país. Los antichavistas, a su vez, rozan la paranoia con su ataque al oficialismo, al que culpan de todos los males de una manera irracional e injusta. Contrariamente, el chavismo deposita su fe, casi religiosa, en su líder que parece querer arreglar todos los males solamente vistiendo una camisa roja y levantando el puño.

Esta enorme división se puede presenciar cada domingo, cuando puntualmente a las 9 de la mañana comienza el famoso programa de radio y TV Aló Presidente en el que el presidente da un repaso semanal a la actualidad revolucionaria, en un espacio a medio camino entre la propaganda política más obvia y el humor obsceno más despiadado. La hora de inicio del programa es siempre la misma, pero el final es indeterminado, pero suele alargarse más allá de las seis u ocho horas de caduco discurso bolivariano. Unos, lo ven como si de una misa se tratara. Los otros no pueden soportar que ninguna onda herziana de camisa colorada golpee sus tímpanos. Mientras tanto, Chávez se calienta a si mismo la boca y acaba haciendo anuncios políticos improvisados solamente producto del calentón del momento, poniendo en solfa a numerosos sectores que ven como cualquier cosa puede cambiar en un instante, en el más absoluto directo televisivo para toda la nación.

Venezuela, un hermoso y bizarro país, donde suceden cosas que no pasan en ningún lugar del mundo, desde camisas rojas hasta lechugas verdes.

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Les recuerdo a todos los lectores venezolanos de este blog que pueden machacarme en los comentarios. De la misma manera, les recuerdo que esto es solamente la opinión equivocada de un viajero que pasa poco tiempo en cada país como para emitir juicios de valor, pero que, sin embargo, por ignorancia y atrevimiento, se atreve a hacerlo. Así que leedlo con todo el cariño que yo os tengo a vosotros.

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Aprovechando el cambio paralelo, los billetes de avión desde Caracas son verdaderamente baratos. Así que después de una curiosa escala en Lima, ya estoy en Cuzco, Perú, al pie del más famoso monumento del continente, el Machu Picchu.

A petición popular, primerísimo plano de la famosa tortilla "babosona" que hicimos en Caracas.