Mar de altura

BSO: En el Lago, de Triana.

En el altiplano entre Perú y Bolivia, a más de 3800 metros de altura se encuenta el Lago Titicaca. A explorarlo desde ambos lados de la frontera me dediqué durante unos cuantos días. El lago es prácticamente un mar: 180 km de largo y 70 de ancho, lo que le convierte en el segundo lago de Sudamérica y en el lago «grande» más alto del mundo; entiéndase grande como navegable.

Vista desde la Isla del Sol: al fondo, montañas de más de 6000 metros.

Llegué a la bella localidad boliviana de Copacabana, famoso centro religioso. De allí embarqué hacia la Isla del Sol, donde tenía previsto hacer otra noche. Nada más llegar a la isla tuve otro ataque de valentía y decidí cruzarla a pie.

Contrastes del Titicaca: barcos del antaño conviven con barcos del ahora.

Me disponía a hacer cuatro horas de rigurosa caminata, a casi 4000 metros de altura. Al extremo norte de la isla se encontraban las ruinas incas, pues la isla era una especie de centro de peregrinación del antiguo imperio.

No está mal la foto, vas mejorando.

La caminata fue de una exigencia física muy elevada: contínuas subidas y bajadas y una falta de oxígeno muy importante, que fue solventada únicamente a base de testosterona. Pero a veces los grandes esfuerzos te tienen preparados grandes sorpresas finales.

Cuando llegué al templo, en la punta norte de la isla, el ocaso estaba cerca. Así que me senté en una piedra, me elevé espiritualmente como diría el amigo Casas, y presencié una de las mejores puestas de sol que he visto jamás. El cielo pasó por casi todas las tonalidades (rojos, naranjas, azules, morados, amarillos, ocres…) y el espectáculo que presencié fue digno de ser grabado. Lástima que la cámara no fuera capaz de plasmar prácticamente nada. Cuando el sol se puso aproveché los últimos minutos de claridad para bajar hasta el pueblo, donde me comí una buena y barata trucha y me sentí tan feliz y cansado que me dormí como un bendito en una de las mejores camas que he dormido durante este viaje.

Puesta de sol: lástima que no se vea todo lo que fue...

Después de ese momento de auto-enamoramiento, me desplacé hasta el vecino Perú, hasta la ciudad de Puno, la capital del Titicaca. El principal atractivo de la ciudad de Puno son unas islas artificiales donde habitan unos indios.

Las historia de los indios es cuanto menos curiosa. Cuando llegaron los incas, pueblo básicamente guerrero, los habitantes de la región (unos acojonados) huyeron despavoridos. Pero huyeron en barco hacia el lago, aprovechando sus buenas dotes de navegantes. Y como dentro de un lago estaban encerrados y no podían ir a parte ninguna, comenzaron a construir las islas flotantes hechas de totora (una especie de juncos).

Cabañas de juncos con ¿placas solares?

Las islas podrían haber tenido su gracia, pero en la actualidad son un parque temático para turistas de gama media. Todo está demasiado preparado para la turistada, no en vano se dedican solamente a eso. Así que hicimos el guiri un rato, nos intentaron vender de todo, pero finalmente no compramos absolutamente nada.

Muestra de la turistada que presenciamos.

Así que este más o menos fue mi periplo por este mar, llamado lago Titicaca, situado a 3800 metros sobre el nivel del mar; lo que podríamos llamar un buen Mar de Altura. Y contra lo que podría parecer no tengo que hablaros del mal de altura, dolencia que mucha gente padece, pero que un servidor, no conoce ni sabe lo que es. Supongo que será que los hombres Épicos estamos forjados en las alturas y, por tanto, venimos de serie preparados.