Selección natural

BSO: La única canción que habla de lagartos y cosas similares que se conoce, Comerranas, de Seguridad Social.

En el post de hoy nos remontamos hasta el muy lejano 1535, cuando un fraile español, llamado Tomás de Berlanga fue el primer hombre conocido en encontrar las que hoy día conocemos como islas Galápagos, un archipiélago perdido en el Pacífico a más de mil kilómetros de cualquier tierra firme. El afamado fraile abandonó Panamá para dirigirse a Perú a mediar en favor del mismísimo Pizarro. Tras varios días de desafortunada navegación, el más puro azar hizo topar su nave con aquellas inhóspitas islas.

Vista de la isla de San Bartolomé.

La sorpresa del fraile fue mayúscula, básicamente por la ausencia total de vegetación y por la gran variedad de animales de toda condición: tortugas, iguanas, lobos marinos…

Sin embargo, no fue hasta exactamente 300 años después, con la llegada de un joven y todavía desconocido Charles Darwin que las islas no alcanzaron gran relevancia a nivel mundial. Y gracias al genial inglés, el encargado de dar una de las pruebas más irrefutables de la inexistencia de dios, el nombre de las Galápagos irá siempre unido al de la evolución de las especies y a la selección natural. La explicación científica a la eterna cuestión de la creación y la demostración palpable de lo ficticio de aquello de los siete días. Sin embargo, en pleno siglo XXI todavía existen reductos que siguen creyendo en el creacionismo como fuerza elemental de la vida. Pero ese ya es otro tema: el de la estupidez humana, del que hablaremos otro día.

Un árbol medio muerto, hierba y un fondo bonito hacen una buena foto.

Bien, pues ya bien entrado el siglo XX, una joven adolescente de 15 años, mi señora madre, leía con pasión los apuntes del naturalista inglés y fantaseaba con poder, algún día, pisar aquellas maravillosas islas que habían inspirado tan notable descubrimiento.

La clásica tortuga de mar que se bañaba tranquilamente delante mío.

Y así fue como, tras un feliz reencuentro con mis queridos padres, pusimos rumbo hacia las islas Galápagos, con la particularidad que ibamos a verlas en un estado muy parecido a como las encontró Berlanga, a como las describió Darwin en sus apuntes y a como las leyó aquella adolescente.

Primero tuve que torear a este par de iguanas.
Para que posaran junto con mis queridos padres.

Hemos sido privilegiados en presenciar uno de los pocos lugares del mundo por los que el tiempo no parece haber pasado. Hemos estado varios días navegando y paseando por diferentes islas sin ver rastro o vestigio de actividad humana alguna.

Un lobo marino haciendo "el muerto" y al final nuestro barquichuelo.

Nuestros únicos acompañantes eran los numerosos lobos marinos, iguanas, cangrejos, tortugas y pájaros de todo tipo que, desde hace siglos y siglos, y gracias al increíble nivel de adaptación al medio, son los habitantes casi únicos del archipiélago.

Un cangrejo medita si tirarse al mar azul turquesa o no.

La verdad es que tuvimos muchos momentos muy especiales en los que la sintonía entre el medio natural y nosotros, se nos presentaba de tal manera que éramos espectadores de una obra teatral totalmente natural, hecha solamente para nosotros.

Un pajarillo reposa en el caparazón de una tortuga gigante.

Encontrarse rodeado de -literalmente- miles de iguanas, completamente negras para poderse camuflar en los suelos volcánicos mientras escupían y se calentaban al sol. Sumergirse para que todo un banco de peces de colores pase a milímetros tuyos y observar lo hábiles que son los peces esquivando cualquier obstáculo imprevisto. Admirar el vuelo de unos pájaros con las patas completamente azules u otros con una bolsa roja enorme en el gaznate. Mirar bajo el agua con unas gafas de buceo y descubrir media docena de tortugas que cada una de ellas es más grande que uno; e incluso perseguirlas y darse cuenta de que en el mar son inalcanzables. Chocarse cara a cara con un lobo marino y quedar asustado de como una animal tan torpe en tierra puede ser tan hábil en el mar.

Un iguana terrestre.
Unos curiosos pajarillos de patas y pico azul poblaban las islas.
Aunque todos le llamemos foca, se trata de un lobo marino.
Unos pájaros la mar de extraños llamados fragatas.
Centenares de iguanas marinas descansaban al sol.
Tortugas gigantes.

Y de estas muchas, cada día varias. Fueron cinco días en un crucero -que merece un post aparte- rodeado de toda clase de lujos, con dos tranquilas excursiones naturalistas por día, una por la mañana y una por la tarde. Sinceramente fue una muy buena experiencia aunque a veces me sentía como un pulpo en un garaje, pero esa maravilla de la naturaleza bien lo merecía.

Otra sesión de saltos.
Tortuga, a ver si saltas lo que yo.

Selección natural en estado puro, y os propongo ese título por dos motivos: como homenaje a Darwin y a sus pesquisas y descubrimientos; y porque lo que pudimos presenciar durante aquellos días, parecía una selección de los mejores momentos de la naturaleza, solamente para nosotros.

Genial foto caminando por una magnifica y solitaria playa.
Entre tortugas.
Para ir cerrando, una demostración de mi inigualable fuerza levantando roca volcánica y la prueba de que, obviamente, el polo de rayas también viajó a Galápagos.

***

No puedo dejar pasar la oportunidad de lamentar la muerte de un notable campeón: el francés Laurent Fignon. Una vez más tenemos que narrar la muerte de un ciclista en otra de esas macabras coincidencias entre dopados y muertes extrañas. Pero es así, el ciclismo es así.

El gran Fignon.

Fignon quizás fue el último revolucionario del ciclismo, con sus gafas de alambre, su coleta rubia al viento, su incipiente calvicie y sus dos hechos más destacados: sus Tours y el mítico escupitajo a la cámara de TVE. Así era este genial francés, esperemos, el último campeón muerto.

Mis viejos

Nombres completos: Librado Casero y Victoria Marina

País: España

Sólo por el hecho de ser mis padres ya deben figurar, sin acreditar más mérito, en esta lista de hombres épicos, pues la Épica muchas veces pasa de generación en generación. Si además, en sus vacaciones deciden ir al rescate de su hijo perdido en la otra punta del mundo, le alimentan mejor y le hacen vivir unos días de lujo, ¿qué más se puede pedir?

En definitiva, por estos y por otros miles de motivos, mis queridos progenitores entran a formar parte de los indispensables de este viaje. Espero que me perdonen por poner esta foto tan cabrona mientras dormían plácidamente en el avión.

A medio camino

BSO: En el medio del camino, de Guaraná.

Tras el éxito de críticas del anterior post de mi señor padre se decidió para hacer una nueva edición y poner a prueba una vez más su afamada prosa. Ahora estamos juntos en Ecuador, sin embargo este escrito es anterior, es de su visita a Lanzarote. En pocos días tendremos nuevo material y nuevas pruebas de lo prosaico de su escritura. A ver que tal le salió esta vez:

 

En mi anterior post “tan lejos… tan cerca” os hablaba de las bellezas de… “tan cerca”. Hoy voy a hablaros de las maravillas de: “A medio camino”. Fuego, montañas, volcanes… Lanzarote.
Los padres de la criatura, con la Isla la Graciosa al fondo.
Lanzarote es una isla volcánica que pertenece al archipiélago de las Islas Canarias, situadas frente a las costas Marruecos y al desierto del Sahara en África y a unos 2000Km de España. No es una isla muy grande, 60×50 Km., de manera que se recorre con facilidad. Esto no obsta para que sea una isla fascinante y también con rincones muy diferentes. Dentro de que es una isla eminentemente volcánica, tanto puedes encontrar playas de arena dorada como playas negras, de pura lava (roce).
Ríos de lava.
En Lanzarote, cada montaña, cada cerro es un volcán. Lo que conocemos hoy como Parque Nacional de Timanfaya (Montaña de Fuego) se originó como consecuencia de erupciones ininterrumpidas a lo largo de 6 años, entre 1730 y 1736. Tras estos 6 años de escupir ríos de lava, humos, cenizas y roce se formaron los más de 100 conos volcánicos que hoy conforman el Parque y cuyos ríos de lava parecen recién solidificados.
Texturas.
La gama de colores es impresionante; si bien el color que predomina en conjunto es el negro, después vienen los matices: tienes el negro absoluto, el negro azulado, el negro grisáceo o marronoso, el gris marronoso, el marrón grisáceo o negruzco o azulado… En fin, una sintonía de tonalidades. Pueden ser brillantes, satinadas, opacas o combinadas. Si nos fijamos en las texturas y en los tamaños tenemos rocas suaves como el terciopelo, ásperas cual lija, intermedias, de tamaño descomunal, medianas, más pequeñas, del tamaño de un garbanzo o de los granos de arroz a lo que los lanzaroteños llaman Roce por el sonido o crujido que produce al pisarlo. Y aún quedan las formas que son caprichosas e inagotables.
Azul y negro.
En las laderas de las montañas, los campesinos, (¡cómo agudiza el ingenio las condiciones climáticas desfavorables: viento, escasez de lluvias!), han excavado en la lava, como pequeños cráteres y dentro han plantado vid o higueras cuyas ramas se aparran al suelo para protegerse de los vientos.
Curiosa viticultura.
De tanto en tanto hay tierra de labor y de color entre rojo, cobrizo, siena, oxido de hierro que contrasta enormemente con el negro circundante. Visitando el parque de Timanfaya nos cayó, y eso que en Lanzarote llueve muy poco, un chaparrón tal, que veíamos la lluvia correr como en cortina, transportada por el viento. Lo malo es que después de una cortina venía otra y otra… al final, en 20 minutos ya estábamos secos nuevamente.
Si a todo esto le unimos la temperatura primaveral permanente que tiene os puedo decir que Lanzarote bien merece una visita.

Derecho de admisión

BSO: Derecho de admisión, de Ska-P.

Los que estáis atentos a este blog sabéis que, en el nombre de la Épica, visitamos la afamada ciudad de Cartagena de Indias, en la costa Caribe de Colombia. Pues hoy vamos a hablar de ella. Con todos ustedes: Cartagena de Indias, o como la bautizamos nosotros, Cartagerna sin Indias.

Bella plaza cartagenera.

Cartagena es a todos los efectos una ciudad preciosa. El centro está impregnado por ese halo caribeño adinerado que te impulsa a ponerte un traje de lino blanco, fumarte un buen habano y pasear con las mangas arremangadas al atardecer. Los afanados turistas gastan energías tratando de fotografiar ese espíritu, aunque son conscientes de que anhelan un imposible. Cartagena es una ciudad de postal. Y es precisamente eso su mayor virtud y su principal defecto.

Cuando una ciudad es demasiado bonita, se convierte irremediablemente en una ciudad turística, pero en el mal sentido de la palabra. Me refiero a ese tipo de turismo acaudalado excluyente, que deja a los visitantes de poca alcurnia como nosotros en clara posición de fuera de juego. Estamos fuerísima, solíamos exclamar sin faltarnos razón.

Folklore para gringos.

Y es porque Cartagena no es más que un parque temático para adinerados extrangeros que juegan mentalmente a ser los absurdos protagonistas de una novela de García Márquez. Cartagena es una de esas ciudades sin alma, artificial, cuyo mayor encanto no va más allá de un giratorio estante de postales.

¡Hasta coches de caballos!

Muestras de ello hay muchas, pero quizás la más significativa sea que en una ciudad caribeña, donde incluso de noche el termómetro nunca marca menos de 30 grados, exigen para cruzar el umbral de cualquier discoteca un pantalón hasta los pies.

Reservado el derecho de admisión, nos repitieron hasta la saciedad, por culpa de empeñarnos en mostrar las pantorrillas. El derecho a la discriminación, deberían haber dicho, pues las mujeres podían entrar como les viniera en gana. Otra muestra más del femimachismo mal entendido y de la neciedad más pura.

Imitación cutre del ibicenco Café del Mar.

¿Pueden sino decirme qué encanto puede tener una ciudad cuyas únicas ofertas culturales nocturnas son el yacimiento concubínico con hembra a salario y el empolvamiento ilegal de fosa nasal? Si no somos aduladores de María Magdalena; si no disfrutamos de las materias primas colombianas, ¿qué pintamos en esa ciudad llena de pintamonas?

Y de esta manera es como Cartagena de Indias pasa a engrosar la lista de ciudades absurdamente bellas y absurdamente falsas, presidida por la croata Dubrovnik.

Cabús en un cañón con pinta de... (acaben esta frase en los comentarios, por favor).

Reservado el derecho de admisión deberían decir, pero no a la entrada de las discotecas, sino a la entrada de la ciudad. ¿Admisión? Precisamente de eso hablamos: convertir en esa mierda una bella ciudad, debería ser inadmisible.

***
Este post se podría resumir así: «Cartagena mola, pero es una mierda porque solo hay guiris con pantalón largo, rodeados de putas y esnifando cocaína«.

El resto es puro artificio lexicográfico.

Hernando Torres

Nombre completo: Hernán Torres

País: Argentina

Nos encontramos en un excelente hostel en Cartagena de Indias, Colombia. Rápidamente el eje hispano-argentino se hizo con el mando. A todos aquella necia ciudad nos dejaba fuerísima, como nos gustaba decir. Sin embargo la camaradería con este gran viajero fue máxima en todo momento. Nos vemos en la Plata, compañero!